Recuerdo cuando te dió por follarme lento,
pausada,
cuando en tus manos no cabía la palabra
y rondábamos la noche
como bestias que, acechadas,
cambian de cuerpo y de color y de sangre y de alma
y pensé,
todavía entonces,
que no teníamos cuerpo ni color ni sangre ni alma
y jugábamos a conjugar palabras
como si de la misma vida se tratara
y nos sentíamos abiertos,
bien,
nos sentíamos encubiertos y rozando el encuentro
y pensábamos que jamás nada diría basta
hasta que la noche
optó por salir y nos tomo
desnudos,
en la cama,
mirándonos a los ojos
mientras la oscuridad se hacía día
y todo dejaba entrever
que,
por más que quisiéramos,
no teníamos nada que decirnos.
Que es lo que siempre habíamos tenido hasta
entonces.