Últimamente sólo disfruto leyendo cosas que son menos mentira.
Me refiero a diarios, pseudodiarios, momentos de lucidez en los que la máscara de lo que se necesita vender parece que cae y ya todo da igual. Puede gustarte más o menos lo que ves ahí, pero tienes la sensación de que al menos contiene algo real. Todo entroncado con la novelita luminosa de Levrero. Muy lejos de la narrativa de las series, las películas, el armatoste y el artificio de la sociedad del me vendo.
Quizá es por hacerme viejo, no tengo ni la más remota idea. Quizá es por haber perdido la fe en algo en lo que puse mucha. «La vida entre dos pajas» de Neorrabioso, que no enlazaré porque lo borrará y no importa demasiado, lo que debe permanecer es la idea:
Vidas hay muchas, y formas de entender el mundo hay tantas como cabezas. ¿Por qué, entonces, parecen todas la misma? Hace muchos años yo estaba extrañado con el tema de los idiomas occidentales, ¿por qué la misma entonación a la hora de hacer una pregunta, la coma, el punto, sujetoverbopredicado? La respuesta era porque todas venían de una tiranía común. Con las cabezas, en todas partes, siento algo muy parecido. Hasta tal punto que sólo disfruto cuando no comprendo bien de dónde viene algo, qué significa, con qué definiciones está jugando. No somos una sola cabeza que se vende a toda costa, que recorre lugares comunes para encontrar simpatías y colar un par de salvavidas.
No, somos gente diferente. Debemos serlo. Ahí empieza todo.
No la felicidad a toda costa, una felicidad forzada, plasticosa, sino la lucha contra el bicho, contra el uno mismo, contra el tiempo, contra lo que se quiere pero no se alcanza: la realidad de lo inexacto, lo impreciso, lo inasible. No la felicidad del kiwi y el aguacate y los tres abdominales por las tardes, sino la titánica tarea de ser. No la felicidad como objeto comerciable, como responsabilidad individual adquirible con cinco minutos al día de ligero esfuerzo. No a la sencilla idiotez. No a disolvernos en ese tipo de insipidez.
La vida no tiene por qué ser ni sencilla ni complicada, o aburrida o divertida. Lo que desde luego no es es una receta.