«A la piedra lanzada en lo alto no le perjudica el caerse, como tampoco redundaba en su bien el remontarse en el espacio».
Marco Aurelio. Meditaciones.
Me he quedado solo, y sin las limitaciones de los problemas que han ido apareciendo a lo largo del día. Están todos resueltos, en el mejor de los casos, y en el peor pospuestos por no haber otro remedio. Me he quedado sólo y está bien. Últimamente estoy intentando largarme de aquí inconscientemente, y no hago más que abrir bitácoras por todas partes, en f2o, en bitacoras.com, en blogsome… sin contar otras que no pongo porque no recuerdo. Supongo que intento escapar de algo o tirar viejos trastos a la basura. Normalmente escribo un post o dos, a lo sumo, y después me parece una tontería, y supongo que también una especie de cobardía.
Un maestro en el arte de resolver a palos la extraña cuestión de la tolerancia de las cosas, supongo.
Esta tarde N. ha venido a verme, y me ha gustado, pese a estar convertido en una piltrafa humana. Hemos escuchado a radiohead y a lennon hablando sobre la música y sobre cuestiones más o menos divinas y humanas. Ha sido una visita breve, pero como casi siempre concentrada. En estas épocas el mar se bate solo, no lo olvido. No lo olvidamos. Es quizá inocente pretender que sea para siempre, pero yo, amiga mía, aún lo pretendo. Vete tú a saber el tipo de felicidad (y eso ya lo he comentado muchas veces) que tiene la piedra de Marco Aurelio. Esa piedra me trae sin cuidado. No me gusta. Me parece un autómata.
Dicen que las pasiones son un vestigio animal. Y me niego. Dentro de las pasiones revolotea inconscientemente el trasunto de la finitud del tiempo, y de eso no es, en principio, consciente más que el humano. Las pasiones, tal y como las entendemos nosotros, son mucho más inapelables que la razón. Cuando uno se siente arrebatado por la razón, que no arrobado, lo hace por vivir con emoción la claridad del argumento.
Hay que ser razonable, por supuesto, pero no olvido que la razón es un instrumento. La pasión es un fin en sí mismo, que desata o destroza según el momento. La razón es un constructo que maleamos a nuestro antojo. Las pasiones no, o las vivimos o se nos encallan dentro.
Por eso creo que sentir es inapelable, y razonar un proceso moldeable.
Hablábamos de los huecos. Pensamos que nos definimos en lo que somos, pero lo que siempre nos define es lo que no hemos sido y hubiéramos querido. Tonalidades filosóficas acerca del vacío. Del agujero que cada uno tiene dentro de sí mismo. A veces somos lo que somos sólo por reaccionar en contra de lo que nunca hemos sido. Lo que no nos dejamos ser, porque no nos atrevemos.
Vértigos.
Después, sujetándome la barriga, la acompañé a casa. Es una tradición, hay que pasar por la isla, despedirse en la esquina. Son liturgias inexcusables, y son inexcusables porque uno no quiere que sean de otra manera. Podría haber ido incluso aunque hubiera tenido que pararme en cada cafetería a hacer una inspección de sanidad al baño. No hubiera querido otra cosa nunca.
El amor, como pasión, le da sentido a las cosas que giran. El vacío me atenaza como una prensa hidráulica sobre las cejas, me hunde, me destroza, me revienta entero y me obliga a emborracharme y escribir, a herir mis dedos con la guitarra y a berrear hasta quedarme afónico. Un demonio autodestructivo que llevo dentro me dice que no, que la vida no es seguir leyendo para terminar con mi tiempo currando en un zulo más o menos bien ventilado. Que no, que no merece la pena, que tengo los días contados y los estoy tirando sin abrir al cubo de la basura.
Y de repente, en una noche, con unas cervezas, miro a unos ojos que me miran y el sentido se completa, elipsando el vacío. En tus ojos y por tus ojos me siento redimido y salvado, las cosas que giran lo hacen por y para algo. Me da igual que todo esto sea irracional, o peor aún, absurdo. Me suda la polla, franca y sinceramente. El caso es que cuando me encuentro en tus ojos y por tus ojos todo tiene sentido. Siento que todo tiene sentido.
Es lo grande y lo terrible de sentir. Hoy todo, quizá mañana el vacío absoluto. Aún así, no quiero ser la piedra de Marco Aurelio, prefiero ser cien mil veces el alma sollozante de Miguel.
Que es lo que soy y lo que seré, por mucho que rehuya y eluda.
Prefiero vivo, para bien o para mal, que encallado.