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productos

Y aún así la letra de la canción de hace un par de días es una mierda. O una estupidez. O una lejanía que ya me cuesta comprender.


Eh, tía, vámonos. Sé una rebelde. Ve contracorriente. Vámonos a mi casa. Después el mundo dejará de importarme.


Un mensaje sencillo. Contra toda esperanza, contra todo orgullo humano. Y aún así pride y hope no terminan de ser lo mismo que orgullo y esperanza. Es algo que pese a mis peleas con el idioma percibo claramente. El tronco del árbol es el mismo, pero las ramas no reciben la luz del sol desde el mismo ángulo.


Contra toda esperanza. El tipo proyecta hacia fuera lástima de sí mismo, pero es mentira. Es un juego de seducción. Él no piensa así, lo utiliza como estrategia. Se perfila como un arquetipo que se pueda entender fácilmente, accesible. Reducido al mínimo común múltiplo. Se convierte en un producto digerible. Hace de sí mismo la recreación de lo que el que tienes en frente puede considerar, si las cartas se barajan hoy del modo correcto, alguien deseable. Probabilidades.


Más allá de la decencia. La decencia es parte de un acuerdo en cuya negociación no sueles haber formado parte. Lo has recibido ya cocinado. Te lo han dicho tus padres, lo has visto constantemente por ahí. Y por eso tienes tus dudas. Quizá las cosas no tengan por qué ser así, quizá deberían ser de otro modo. ¿Por qué no probarlo?, ¿por qué no darle una oportunidad? Menuda grieta en la que meter los dedos hasta agrandarla lo suficiente como para caber dentro. Lo mismo con la dignidad. Lo mismo con el orgullo humano. Convenciones. Flaquezas. Puntos de apoyo.


Y el mundo gira y ya no me preocupa más. Y esa es la verdadera estupidez del asunto. Porque lo hace y lo seguirá haciendo. Sólo buscas un remanso de paz, pero no eres capaz de engañarte de un modo tan efectivo. Algo de silencio entre todo este maldito ruido. Puede ser el abandono. No puedo parar esto, no puedo de ningún modo, así que necesito adormecerme lo suficiente como para no percibirlo por un rato.


También puede ser un segundo de descanso antes de volver al asunto. Esa parte del combate singular en la que puedes reorganizarte para seguir al terminar en la línea de fuego. Porque el mundo no para, sólo deja de importarte durante un tiempo. Pero eres muy consciente de que te lo vas a encontrar cuando vuelvas. Y si tienes suerte lo harás en el mismo punto en el que estaba cuando te fuiste.


El mundo, que en este caso no es más que un eufemismo de la vida, y casi con toda seguridad de la tuya propia en concreto, sigue ahí todo el tiempo, porque en realidad no te has escapado de nada. Sólo te has engañado para pensar que sí lo has hecho. El mundo, que es lo que quería decir al principio del párrafo, es competición. Es una crisis constante. Y así, traduciendo fielmente con las definiciones, tú propia vida lo es.


Leo mucho, con terror, acerca de convertirte en tu propia imagen de marca. Saber venderte, saber atraer la atención del mercado sobre ti. Cuando todo el mundo anda preocupado por cosas como esa no suele ser consciente de que andamos detrás de convertirnos a nosotros mismos en productos digeribles. En entidades que no tienen valor en sí mismas, sino en cuanto que son percibidas como valiosas por el número adecuado de otros. Pero todo producto requiere simplificación, hacerse digerible. De otro modo se vuelve inalcanzable para la masa crítica necesaria.


Los humanos necesitamos certezas. Saber que el sol saldrá mañana. Que cuando vaya al bar servirán cerveza y escucharé canciones que ya conozco y que tiren de mis cuerdas. Que la lavadora comenzará el programa cuando presione el botón. Nos aburrimos miserablemente en ellas, pero las necesitamos. ¿Cómo enfrentarse a una vida en la que cada día tuviéramos que aprenderlo todo de nuevo?, ¿sería eso posible?


Y, al mismo tiempo, las certezas nos aburren. Pero, al mismo tiempo, salir de ellas nos acobarda. Alguien que vive de lo que crea siempre ha tenido que reformularse como producto, eso no es nada nuevo. No importa cuántas canciones creas, cuántas entradas de un blog escribas, cuántas nuevas tecnologías inventes si nadie las escucha, lee, usa. ¿Qué es un dios en el que no cree nadie? ¿Qué significa? ¿Qué, yendo años luz más lejos, es?


La vida propia sería más sencilla si no fuera así. Di un concierto en Santander como corista de otra gente. Las canciones no eran mías, yo tenía un papel que cumplir, una buena artesanía. No tenía nada que defender más que la calidad de mi trabajo en una obra ya hecha. La carga no estaba en mí, al menos no esa carga. Me sorprendí a mí mismo pensando lo relajante que era estar haciendo exactamente eso en ese momento.


Qué diferente es cuando tienes que salir ahí arriba a tocar lo que ha salido de tu cabeza. Qué terror. Porque si nadie las escucha, lee, usa, ¿qué pintas tú en medio de todo eso? Por favor, ¿qué pintas ahí?


Cuando son tus creaciones las que están en medio de la plaza, te conviertes a ti mismo en un producto. No tienes un valor en sí, sino el que te dará o no un numero suficiente de otros. Y lo sabes, vaya si lo sabes. Porque de eso depende tu supervivencia y la escasez reconfigura el cerebro, no te deja pensar en otra cosa hasta que no lo resuelvas. Somos humanos, estamos hechos así.


No hablo del proceso creativo. Eso es otra cosa, intervienen otros factores. Si no eres capaz de ensimismarte en él pueden ser los mismos. Sé que estoy diciendo las cosas a medias, pero lo hago lo mejor que puedo. Aún así, creo estar dejando las suficientes pistas como para que se comprenda lo que intento hacer con todo esto.


Quizá sólo intento decir que hay, por una parte, procesos ya establecidos en los que somos tremendamente productivos, pero nos agostamos en ellos. En mi curro no hay nada en juego, llego y hago lo mejor que puedo dentro de unos parámetros de lo correcto y lo incorrecto. No me convierto en un dios, pero tampoco corro el riesgo de convertirme en olvido.


Eso me ha hecho hacer una pausa. La norma es el olvido, la excepción temporal es lo demás, lo que ahora mismo está en el alcance de lo que existe porque está ocurriendo ahora mismo, lo actual. Algo que llevo diciendo desde hace muchos años en este sitio: la victoria es siempre temporal.


Por otra parte está lo de convertir lo que sale de tu cabeza en un producto.


Otra vez pausa. En mi empresa ya soy un producto: si dejo de cumplir mi función estoy fuera. Pero aún así, y aunque sea de un modo parecido algo terrible, no es lo mismo.


Y ahora quieren que nos convirtamos másivamente en un producto. Fenomenal. Que no cuenten conmigo. Ya he visto lo que es estar al otro lado, y por algo que merecía mucho más la pena. Convertirte en un producto es maltratarte a ti mismo de un modo completo, aniquilador. Un dios sin creyentes es olvido, un tipo, un ser vivo, no necesita de todo ello.


El ruido que te hace buscar un agujero en la canción de micah es el carecer de valor en ti mismo. El tenerlo sólo en función de a cuántos convenzas de ello. Es un salto cualitativo: el valor de cada vida humana como algo precioso en sí misma o como algo que tiene que ganar su lugar. El ser precioso por ser o el ser precioso por merecerlo después. La competición nos mata, hace que un uno por ciento, siendo generoso, de los contendientes gane su espacio en la eternidad por diez minutos, pero condena a los demás a la más miserable lástima por ellos mismos.


He estado ahí, yo también he compuesto y cantado canciones como esa, he levantado escenarios teatrales de dos con esa idea. Yo he exigido esos minutos de olvido. A veces los he obtenido, a veces no. Con el tiempo han dejado de tener sentido. Escucho la canción, la toco, y me acuerdo de mí mismo en otro momento.

And the world spins ‘round, and I do not care anymore.

Pero sin tanto artificio.

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