«Pasa la noche. Y lentamente vuelve a hacerse de día.
Estoy cubierto de nieve. No me muevo.
Llega una señora joven, con un niño.
El niño me ve primero, aplaude, grita:
– ¡Mira, mami! ¡Un muñeco de nieve!
La madre me mira. Abre mucho los ojos.
Me observa aterrada. Chilla:
– ¡En nombre del cielo!
Tira del pequeño. La oigo gritar:
– ¡Socorro! ¡Socorro!
Vuelven. Y con ellos, alguien más. Un policía.
Se inclina hacia mí. Me observa atentamente.
– Sí -opina-. Sin duda alguna se ha congelado. No hay nada que hacer…
La madre no se atreve a mirar hacia aca, pero el niño apenas puede separarse de mí. Se vuelve una y otra vez. Me mira con sus redondos ojos llenos de curiosidad.
¡Vamos, mira! ¡Mira!
Hay un muñeco de nieve sentado en el banco. Un soldado.
Y tú… Tú te harás mayor y no le olvidarás.
¿O sí?
¡No le olvides! ¡No le olvides!
Porque dio su brazo por una mierda.
Y cuando seas mayor, tal vez los tiempos sean otros y tus hijos te digan que aquel soldado no era más que un vulgar asesino… Entonces no me insultes tú también.
Piénsalo. No pudo hacer otra cosa. No fue más que un hijo de su tiempo.»
Ödön Von Horváth. Un hijo de nuestro tiempo.