Parece mentira que hace poco más de un año, quince días más, andar un cuarto de hora en cualquier dirección y volver al coche fuera un esfuerzo psicológico tremendo. Un esfuerzo casi inhumano. Un año después y tres pares de zapatillas la cosa es muy diferente.
Y es que ser gordo es una mierda, y por muchos motivos. El primero que se me ocurre es el médico. No importa cuándo vayas ni por qué, el problema siempre es que estás gordo. Quizá tengas algo chungo que te roe por dentro, quizá tengas cualquier cosa que pueda tener cualquiera, pero lo tuyo será siempre que estás gordo. Siempre es ese el motivo de lo que te sucede, no hay más jackpot. No importa que los análisis estén más que bien, no importa en absoluto (el médico encarando los resultados con un suspiro de ya verás ahora y le cambia la cara tras empezar a leer, tú te dices a ti mismo estoy muerto y de repente te dice están muy muy bien, debe ser difícil computar que estás gordo por motivos diferentes a ponerte hasta el culo de grasa, azúcar y productos industriales, debe ser muy complicado computar que estás gordo pese a comer bien).
El segundo es que siempre estás gordo por pereza. Siempre estás gordo porque eres un vago, porque no te lo trabajas lo bastante. Siempre estás gordo porque eres un mierda. Nunca estás gordo por nada ajeno a tu control. Nadie parece capaz de evaluar las pesas que llevas encima por estar gordo, y no me refiero en concreto al peso ahora mismo (aunque también, claro). A mí, por ejemplo, se me irritaba la entrepierna. ¿Cómo caminar una hora al día cuando a los quince minutos un dolor insoportable te taladra? Y eso no es todo. Cuando descubrí que la vaselina puede ser una ayuda, me dolían las rodillas. Horriblemente. De forma incapacitante. Cuando se pasó el dolor de las rodillas empezó el de las espinillas, el de las caderas, el de los tobillos. Los pies se me abrían. No sé como se traduce eso a lenguaje médico, pero los tendones de los pies me dolían hasta impedirme caminar.
Eh, ¡es cuestión de ponerse en marcha! No. No lo es.
Siempre he montado en bicicleta porque todos esos dolores y la irritación se atenúan, pero nunca he estado menos gordo por ello. Una hora al día cada día, desde primavera hasta el fin del otoño, mientras seguía engordando. Estaba haciendo las cosas bien, pero no funcionaba.
Cuando tienes diez kilos de sobrepeso ponerte a caminar puede ser estupendo, ¿pero qué pasa cuando tienes cuarenta? Pues que a cada paso te encuentras dolores que te incapacitan y te impiden seguir adelante. No son agujetas, no es ese rumor de agotamiento que es casi agradable. No. Son dolores que te impiden caminar el resto de la semana. Porque estás gordo, y lo estás intentando, pero todo sigue siendo culpa tuya. El dolor cuando superas esa fase sin ningún tipo de apoyo puede ser algo casi disfrutable, pero antes es una tortura que te impide seguir adelante. Te ata a casa.
Un año después, y sin más ayuda que la idea de, pese a todo, querer seguir adelante, esta mañana he caminado veinte kilómetros (ayer 21, tampoco es una novedad). Y, excepto por una sensación curiosa en la piel de los pies de estar… rosegada, no rozada, algo maltratada quizá, no tengo ningún rastro de agujetas, dolor o cansancio (de hecho ahora mismo tengo un montón de energía). Ahora entiendo lo que querían decir con eso del cansancio fenomenal. Pero ha sido un año más que difícil en muchos sentidos y no me ha ayudado nada de lo que encontraba alrededor. No me refiero a la familia o a los amigos (aunque en cierto modo también y de muchos modos inocentes) sino a todo lo que me rodea.
Y sigo estando gordo. He perdido diez kilos el último año, pero ha sido últimamente y tampoco tengo muy claro por qué, no hay nada que haya cambiado drásticamente. La mayor parte del tiempo no he perdido ni un gramo. Pasas de caminar cero a setenta kilómetros a la semana y no pierdes nada. Y te sigues sintiendo fatal. Y todo el mundo te dice que es culpa tuya que te sientas así.
Esta mañana he caminado veinte kilómetros y me siento bien. La mayor parte del tiempo notaba cómo mi cuerpo fluía con el camino, como elásticamente mis piernas agradecían el esfuerzo y mi cuerpo segregaba drogas endógenas que me daban placer al seguir caminando. El resto del tiempo era lo mismo pero me aburría un poco. Aún así, a la cabeza le va bien caminar. Ha sido una experiencia estupenda. Pero sigo gordo. Escandalosamente gordo. Cuarenta kilos por encima de mi peso ideal. Cuarenta kilos. Camino con una mochila de ese peso encima que me viene de serie. Me noto en forma, mucho más que en los últimos años. Cuando cojo la bici hago cosas que pensé que no podría (las manos siguen sufriendo, el culo más, no importa cuántos kilómetros me haga al día, es una simple cuestión de exceso de equipaje), pero sigo estruendosamente gordo.
Y sigo sin tener la más remota idea de por qué. Si mañana voy al médico, tenga lo que tenga el problema es que estoy gordo. Al comprar el pan esta mañana un conocido me ha mirado y me ha dicho joder, es que hay que moverse un poco… ¡y comer menos pan! Moverse un poco. La semana pasada completé 115 kilómetros. Me gustaría saber cuánta gente delgada hace aunque sea la mitad. Me gustaría saber por qué alguien que jamás ha sufrido el problema de estar gordaco, gordazo, enorme, se cree con la clave que va a solucionar el problema. Tío, esta nunca ha sido tu guerra. Deja en paz a los que la están librando.
El ejercicio hace que tus capacidades aumenten. Estoy de acuerdo. Pero nada más. Gracias por el consejo, pero parece que en esto debo seguir solo, buscando respuestas más allá de la visión general llena de tópicos.
Hasta donde sé, yo no estoy gordo. Yo soy un gordo. A partir de ahí, escucho. No soy un vagazo, soy lo que soy. No tengo los ojos azules, el pelo rubio. La piel negra. Soy gordo. Eso es todo.
Nota 25/03/2019: No estoy de acuerdo con parte de la mierda esta, pero la parte con la que sí lo estoy no me permite eliminarlo, así que lentejas.