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cuatro máximas

Beso tímido en el párpado.

Uno, presumíblemente y sólo si todo confluye, se comprará en breve un zulo propio en el que no haya caseros que pretendan subir la renta (habrá bancos malditos, pero nunca está de más un cambio de cuando en cuando). Un zulo propio interior, sin ventanas (¿quién necesita ventanas cuando se vive de noche y fuera de casa?), un zulo propio que no parece parte de mí, pero que sí lo será andando el tiempo. Un zulo propio al que ya he llamado «bolsón cerrado», bajo tierra (metáfora de, I suppose). Podía haberlo llamado el descenso a los infiernos, pero no es tan bonito.

Y uno, parece ser, está enamorado sin haberse dado cuenta, porque estas cosas se mueven a través del hiperespacio y el hipertiempo y un segundo puede tener la dimensión ontológica de un año. El amor, según parece, se escapa del eje de ordenadas y abscisas x,y más la tercera dimensión temporal (con las particularidades del tiempo ontológico, además).

El viejo ideal parece cumplirse. Un lugar que puedo obtener yo solo, sin depender de nadie (al menos no necesariamente, aunque nunca se sabe si voluntariamente uno escogerá…). Parece que cambió el año y todo se mueve, y por fin hago algo en el curro que me trasciende (delegado sindical), por fin tengo un lugar en el que caerme muerto (bolsón cerrado), por fin siento algo (beso tierno en el costado), por fin estudio algo (estabilidad material = matrícula en la universidad), por fin escribo algo (estabilidad material = novela despreocupada), por fin me muero en la guitarra (cuando nada se desea, todo se posee).

Lo material nos ata a la tierra. Quién escribe novelas pensando en el futuro inmediato, quién no se escorza metido de lleno en la inmundicia descerebrada de golpear las sienes contra el desfalco energético de mantenerse en eterna pugna de supervivencia. Una vez satisfechas las necesidades biológicas, los atenienses iban al ágora, donde una voz más alta que otra significaba expulsión. Pero sólo podían subir los que utilizasen la plusvalía biológica de la labor de los esclavos para verse liberados de ella. Hoy en día las cosas han cambiado, porque el trabajo de los esclavos ha sido substituido por el trabajo de los empleados. Si tienes curro en jornada continua y casa y pagas tu peaje en forma de jornada laboral, y si además duermes unas gloriosas cuatro horas diarias y vives cerca, muy cerca, de tu trabajo, tienes doce horas al día de libertad en el ágora. Doce horas de literatura, de guitarra, de música, de besos encontrados y casuales, de escritura y de pintura, de cocina y de duchas y de decoración y de sentirte uno en el mundo siendo uno con el mundo, de sexo (bendito sexo) y ternura y libaciones de hidromiel y tersura del roce de un dedo en tu antebrazo, de independencia y libertad activa y de poemas malditos que te joden y de morirte en cada estrofa y de vivir; vivir merece un precio justo basado en, sobre todo, máximas:

1. Vive siempre de acuerdo contigo mismo, y ten tu espacio personal (un lugar donde caerte vivo).
2. Ten un curro que puedas dejar en cualquier momento, substituyéndolo por otro, sin entrar en conflicto con la primera ley.

Corolario a la segunda ley: vivir bajo mínimos es sinónimo de vivir sin agobios (es decir, con absoluta independencia de lo material (por tener los mínimos), que es razón necesaria pero no suficiente, y eso siempre se olvida).

3. Confluye en otro siempre y cuando no entre en conflicto con la primera ley ni con la segunda ley.

Corolario a la tercera ley: el amor no es nunca sinónimo del suicidio.

4. No olvides que si estás vivo es para vivir, muere cada segundo porque cada segundo, cuando se va, lo hace de una vez y para siempre. No morir en cada segundo es un derroche de vida que no puedes permitirte.

Morimos millones de veces. Ayer mismo, mientras daba un concierto en casa, morí. Me morí. Reventé, destrocé, me maltraté, me golpee, me reventé la voz, estaban todos delante mientras me reventé entero.

Después volví a vivir, estando aún más vivo.

Después besé, y besé con la sangre, la largueza (morosidad), la ternura y la vida de quien sabe lo que es estar muerto.

Y al otro lado no hubo silencio.

Porque lo di todo, y sólo entonces todo es entregado (parezco un puto asceta, pero juro que es así, fuera de fórmulas más o menos románticas).

Corolario final y total:

vivir es tanto, y de tal modo, como morir en cada segundo que se va sin volver jamás. Eso, y sólo eso, es exprimir un segundo, independientemente de que transcurra escribiendo un premio nóbel de novela o tendiendo una lavadora. Vivir es saber que lo vivido existió para no existir más.


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2 comentarios

  1. Me complace el haber sido testigo privilegiados, de estas tus alegrías y tu entrega en la tarde de ayer.

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