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de partida

Prefiero que la sinceridad me la regalen. Cuando la pago no me suele servir para nada en absoluto.

Era
que
tenía ganas de eso. Nada más. Hesse-estepario en el teatro preguntándose qué. Yo, en mi teatro, he sido consciente hoy de que a veces, en un estado absolutamente disfuncional de cosas, la pregunta se reduce a vivir o no seguir. Afortunadamente, hace mucho ya que pasó ese concreto momento.

Es
que
la lisergía confundida
del vivir a veces se manifiesta.

Y entonces me siento como si estuviera a oscuras en una habitación que ni siquiera es una habitación.

Y es sólo entonces cuando es absolutamente necesario aferrarse con uñas y dientes a los poemas, a las canciones y a las conversaciones. Porque todo lo demás no existe ni ha existido nunca. No es sólo, no sé si me explico, que ya no esté nada a mi alrededor, sino que jamás hubo nada. Tiene esa fuerza la lisergia confundida del vivir.

Un dvd de los piratas me ha arrancado directamente de la vida, por un buen rato (en realidad no sé si he vuelto todavía).

Estaba viendo un dvd de los piratas cuando sucedió, y ya no había ni hubo habido nunca nada.

Me acuerdo de lo que era
estar en el fondo de un agujero.

No es sólo poesía, Frankl habla del sentido en su logoterapia como motor fundamental. Y qué cojones de razón tiene. Umbral dice a la mierda Freud, y tiene razón. Las mierdas están con uno todo el tiempo, no es necesario para nada detenerse en ellas. Ellas ya se ceban bastante como para, además, darles coba. Frankl habla de estar a la altura del sufrimiento. Posiblemente me equivoque, pero lo he estado. Lo he vivido de la única forma que sé, concentrado. Inmerso. No me fui al cine a ver si se me pasaba. Me quedé en casa viendo mis propias reacciones, jodido y asombrado, asombrado y jodido, curioso y enfermo.

Una vez que el dolor se ha ido, del todo,
puedes llegar a descubrir que durante mucho tiempo ha sido el centro (el sentido) de tu vida.

Y puedes llegar ha descubrir que cerró la puerta sin avisar y se llevó sus maletas fuera, enfadado porque ya no podía hacerte más daño, porque has aprendido a vivir sin un brazo. Y el dolor se va sin avisar y sientes una genial levedad, una absoluta carencia de peso, una jovial plenitud en los pulmones, henchidos de aire. Y sales tú también por la puerta a ver las calles.

Porque ya no son ni de lejos las mismas calles que has conocido hasta ahora.

Y después el vacío, y la nada.

El dolor es un gran centro gravitatorio que, tarde o temprano, se larga y te deja sin cervezas (ya no son necesarias, ya no apetecen, ya no tienen bocas ávidas).

Cuando quien tuvo que irse se fue, el dolor vino enseguida a ocupar su lugar central en la vida. Cuando el dolor se va, estás de partida.

Y agradeces con todas tus fuerzas las canciones, la guitarra, las conversaciones, los poemas, esta bitácora.

Lo demás se va adosando después, bien educado. En un centro de gravedad los sólidos se reunen a dar vueltas.

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