Creo, estaba pensando, que a veces perdemos el sentido de lo que para nosotros es real. Quiero decir, ¿a mí qué coño más me dan los vecinos de arriba, por ejemplo? Pero te enteras de que les han concedido un piso de protección oficial por 60.000 ebros (cosa que no ha sucedido), y te empiezas a preguntar si tu curro es el adecuado, si no estarás perdiendo el tiempo (como pienso ahora, con disgusto, robándole cinco minutos al estudio que me estoy tomando con un sacrificio casi monacal), empiezas a pensar que el contrato del alquiler se revisa dentro de un par de años, y que el dueño ya te ha comentado que te va a pegar una subida de tal aceleración que te va a meter los ojos para dentro. Y entonces la lechera que todos llevamos dentro, con resignación, te sitúa ya debajo de cualquier puente mendigando por un poco de pan con la guitarra (si la conservas). Y así todo se enchoriza de tal modo (eso del enchorizamiento no es sino la teoría del embutido, meter carne en un cacho de tripa en el que no cabe, con la técnica simple del apretón brutal, como a veces nos pasa con las ideas en el cerebro), se enchoriza de tal modo, digo, que ya no eres capaz de ver tu amigable realidad que, aunque guarde la misma proporción de verdad que la de la lechera (porque son cuestiones de hecho, es decir, infinitas e igualmente posibles, joder con los putos paréntesis) es, sin embargo, mucho más halagüeña. Y entonces estás perdido, y temes que el fin está cerca, y te medio deprimes, y coges la guitarra y todo son llantos. Pero entonces (con suerte) algo te devuelve tu maltrecha y dificultosamente construida realidad de sueños, esperanzas y jodiendas y te preguntas qué coño te ha pasado. Pues que has meado fuera del tiesto. Si la vida es un proyecto personal que culmina (qué macabro) con la muerte, como proyecto su resultado poco tiene de adivinable. Así que tienes dos opciones: hacerte amigo del insoportable del vecino e irte a tomar unas cervezas con él a ver si se te pega algo, o reconciliarte contigo mismo y tomarte unas cervezas por la felicidad conyugal del yo con el mí. Y te quedas con la segunda porque ya se te ha esfumado el enchorizamiento. O porque eres un cabrón cabezota que sólo busca perseverar en una idea: la tuya. Qué curioso, si me equivoco será completamente culpa mía. Eso puede parecer una responsabilidad terrible, y lo es, pero por otra parte te hace darte cuenta de una especie de libertad que todos llevamos adosada en alguna parte. Soy libre, y como dijo lala, estoy vivo. Es más, estoy vivo hoy, ¿qué coño me importa lo que pueda pasar en un par de años? Absolutamente nada, porque también puede pasar lo contrario. ¿Y por qué nos comemos el tazón de garbanzos, por qué le maltratamos de tal forma? Pues porque a veces flaqueamos. Me da que perdemos un poco la autoestima con los años, o el respeto. Seguramente el respeto. Eso, como decía un colega mío con respecto a las relaciones de pareja, es porque nos hemos visto cagar. Según él pierdes el respeto a la otra persona cuando la ves sentada en la taza del váter apretando. Eso me parece de una simpleza apabullante, en el mal sentido de la palabra simpleza (si tiene bueno). Pero lo cierto es que estamos cada vez más flojos, Nietzsche tenía para eso una palabra preciosa, que empieza con c, pero que no recuerdo. Bueno, vuelvo a lo mío, que me enchorizo de nuevo y no está la cabeza para potajes. Parece ser que la página nueva no funciona, cosas del servidor. Un buen comienzo. Menos mal que queda la lista de correo. Esto de escribiros se está convirtiendo en una adicción. Quién sabe dónde llevará esto.