Estoy haciendo (intentando hacer) un trabajo a Lore sobre Degas, reflejado en un libro de Paul Valéry. Hay gente que me pregunta por qué sigo bebiendo, pese a haber agarrado terribles borracheras de terribles consecuencias, de las que todavía hoy me arrepiento (entre comillas, no soy muy bueno en eso de arrepentirme). Creo que la condición de la vida humana es la de ser esencialmente monótona, es decir, la monotonía. No creo que el ser humano deje de ser un cachorro de cualquier animal durante toda su vida; como los delfines o los elefantes, o mejor aún los gatos, nos mueve la curiosidad y un instinto lúdico incólume. Pero las cosas nos satisfacen un instante. Sólo uno, después repetimos el momento durante el resto de nuestras vidas. Por un lado.
Los componentes básicos de la vida humana son la labor, el trabajo, la acción y el pensamiento. Labor es aquello que pertenece al ciclo de la vida en general, lo que cumple su función hasta que la entropía misma del movimiento lo destruye: afeitarse, comer, cagar, peinarse, barrer el salón. Te afeitas un martes para comprobar que tienes la misma barba el miércoles, comes hoy para tener hambre de nuevo a la hora de la cena. Cosas que hacemos ungidos al ciclo de la animalidad que nos mantienen vivos en cierto modo, o en vida en cierto otro. Trabajo es lo que escancia el tiempo de la vida, lo que erigimos reificando el mundo sobre el propio mundo natural, lo que proyectamos como esa medida: una silla, un coche. Cosas elaboradas por el hombre con una cierta durabilidad, o con una cierta intención de ella, al menos. La acción es algo serio. Al suplir con la conciencia los ciclos repetidos de la vida animal dimos un salto cualitativo, para bien o para mal. La natalidad es el elemento básico de la acción, cada uno de nosotros nace distinto y se configura diferente al resto mediante la experiencia propia. Cada uno de nosotros está capacitado para iniciar una acción diferente a la que cualquiera pueda iniciar, por el simple hecho de la diferencia inicial. Pero la acción no se empieza y se termina, la acción se desata. Después las consecuencias son imprevisibles e incontrolables, una vez puesta en marcha la acción. Si el trabajo es más propio (en esencia, durante toda la vida hacemos una y otra) del ser humano, la acción es propia del individuo. El pensamiento… es otra historia, pero en cierto modo, para lo que quiero aquí, me gustaría asemejarlo a la acción en cuanto a innovador y dependiente de la natalidad. Por otro. Todos nos sentimos diferentes, y esa diferencia se enraiza en la acción. Nos sumergimos en experiencias no conocidas, abrimos la caja de Pandora, liberando un único mal: el hastío. Y un bien: el recuerdo. Después, como dije, repetimos. Intentamos dar vida a aquella fotografía que tomamos la primera o las primeras veces. Muchas veces sería mejor olvidar todo para recomenzar a vivir, para de nuevo estar posibilitados para sorprendernos. Y nos damos cuenta de que existe una sensibilidad especial que vuelve a conferir a cualquier hecho de la experiencia el cariz de ilusión y fuerza que tuvo en un principio. Para mí eso es un ron. Desenfoca (incluso literalmente, jeje) la mirada, todo vuelve a brillar. Uno puede encontrar gusto en aquello que lo ha perdido ya. Uno descubre que lo que creía conocer se ha deformado por la presión de la costumbre hasta parecer un mal símbolo del original, y vuelve a tener en la mano aquel sentimiento, aquella sensación. Porque cuando uno se sumerge en una experiencia nueva o en una renovada no sabe dónde va a terminar, que cambios se van a configurar interiormente, dónde va a ser conducido con ello. Y entonces me siento vivo. Hay otros modos, hay muchos, de hecho. Pero sin ese esfuerzo nos agostamos y nos deshacemos. También hay otra cosa, pero que es la misma que la anterior: la catarsis del olvido. Como en carnaval uno se sale de sí mismo, de su propia presión, de su forma de ser, para recuperar la informidad.