La primavera de la liberación. Eso es lo que repetían todos, como ecos sin voluntad propia.
San tenía algo de cecina que echar al bote sobre el trébede en el fuego, y no se lo pensó dos veces. La cecina no era algo que se pudiera cenar cada día. Aquello había sido todo menos eso, un cuento que contarse para calentarse. O quizá sí lo había sido cuando empezó, pero no duró demasiado.
Los animales mugían fuera, rodeados y ateridos por el viento. Se alegró de estar dentro. ¿Cuánto duraría, unos días más? Fuera lo que fuera, se prometió disfrutarlo todo lo que pudiera. Esperó a que el guiso terminara de cocerse echando pequeñas ramitas al fuego que desaparecían retorciéndose y crepitando. Le gustaba verlas arder y convertirse en cenizas. Le reconfortaba ser capaz de provocarlo.
Añadió el envoltorio de plástico de la carne, que se derritió y se derramó entre los carbones apagando algunas brasas. Era el último y encontraba reconfortante mirar cómo se fundía mientras lo hacía.
Una vez que, era distinto.
Abrió el comunicador sólo para comprobar que seguía repleto de estática. ¿Qué demonios estaba pasando con los satélites? Pensó que seguramente nada. El clima estorbando las ondas, distorsionando y deformando la información hasta diluirla en ruido. Las piernas le ardían, la espalda se helaba. Esperaba que los demás estuvieran bien. Carraspeó para sí mismo y justo después esperó que aún estuvieran, fuera del modo que fuera. Lo dejó abierto.
Padma había vuelto de aquel viaje. Había dejado el equipo en Alfa Centauri y se dio la vuelta. Hizo lo que debía. Y cuando llegó dijo lo que tenía que decir. Y ahí se había terminado todo. Los que se enteraron empezaron a discutir sobre qué era lo que iban a hacer a continuación, a Padma le recluyeron en aquello que convirtió lentamente en un laberinto de ladrillos y el resto de la humanidad siguió haciendo lo de siempre, ignorante. A su ritmo.
Cavaron bien la tierra, desde luego. Hicieron un montón de refugios sin saber para quién los estaban haciendo. No era una pregunta que pudieran permitirse formular. Los comunicaron entre sí con galerías, cables, tuberías. En los arrabales encontraron mano de obra hambrienta más que de sobra. Para eso los mantenían.
Los ideales desembocan en el mar de la necesidad y se convierten en agua salada.
Después empezó la primavera, y durante un pestañeo pareció que había cambiado algo.
Todo el mundo comentaba a todos los demás que Padma había abierto el grifo. Que había repetido lo que ya había dicho, poniendo en marcha todo lo que sucedió después. Los meses en los que se unieron bajo un grito en común.
Tenía que haberse traído más cervezas, o haberse asegurado de que duraran un poco más. Se dio la vuelta para entrar en calor, y mirando la negrura de las paredes pensó que no hay nada que hacer cuando todo está ya hecho. La primavera de la liberación le pilló en un punto muerto, así que tuvo el tiempo para implicarse a fondo.
Escuchó el crujido seguido de voces distorsionadas. «¿San?, joder, dime que estás aún por ahí. Las cosas no van bien, necesitamos ayuda. Tenemos más heridos de los que podemos transportar. Hemos dejado a los que estaban en peor estado en un refugio improvisado, pero no teníamos viv…»
La estática volvió.
Un mes, quizá dos si se organizaba bien y se había equivocado. Quizá tres, si no le importaba pasar hambre de verdad. Quizá para entonces, si para entonces todavía estaba, se atrevería a mirar el establo con otros ojos. La despensa era lo que era. En vez de botes de conservas, de envoltorios de plástico, el veía días. Sumaba días.
Después vino todo lo demás. El Encuentro, al hacerse público, se magnificó. Nadie sabía qué quería decir eso. La primavera de la liberación, la guerra del pueblo. La causa justa de los pobres. El camino de una nueva humanidad o algo así.
Pero duró poco.
Todo dura lo que dura todo. Un mes, de repente, era una eternidad en su cabeza. ¿Por qué no?, ¿quién soy yo?, ¿por qué debería…?
«Eh, San, ¿sigues por ahí? Por favor, contesta, dime por favor que estás escuchando esto. Ayer mismo recordaba aquella vez que íbam…»
La estática se lo traga todo.
El problema es que no sabía exactamente qué hacer con los bichos. Quizá podía simplemente meterlos bajo la nieve e ir después cortando trozos de algún modo. Los cuchillos que había encontrado no tenían muchas posibilidades de enfrentarse con ello. Sus manos mucho menos. Su cerebro de ningún modo. Y se daba cuenta de que habría cosas con las que no sabría muy bien cómo tratar. Intestinos, órganos, cosas realmente feas. Quizá alguien sabría como hacerlo. Pero eso significaba pensar en, no pensar en, darse cuenta de no darse cuenta.
Se dio la vuelta. La espalda ya estaba caliente y las piernas heladas. El guiso estaba terminado. Se echó una porción en un cuenco y saboreó la primera cucharada relamiéndose.
«Espero que estés ahí, vamos de camino. Si puedes oírme mantén el fuego encendido, no importa cómo estés, nosotros sabremos qué hacer y te encontraremos. Aguanta. Estamos a unos dos d..»
Y la estática se lo tragó todo de nuevo. Cerró el comunicador. Lo conmutó a la señal de contaminación grave. Volvió a llenar el cuenco. Tragó saliva. Metió la cuchara. Escupió sangre. Una más no dolería tanto.