A veces hay tanta distancia entre lo que uno ha decidido creerse ser y lo que es realmente que algunos no ven más que sombras chinescas cuando se miran al espejo. Y es tal el problema de visibilidad que no lo harán excepto si algo devastador, algo como un tsunami emocional de alguna clase bestial, pase por sus vidas arrasando con todo y haciéndole replantearse todo desde lo más básico, desde lo más fundamental.
Tampoco es una garantía de que suceda. No es sencillo ver y destruir el castillo de naipes, asumir el tiempo perdido, el coste de oportunidad, la sensación de futilidad. Pero ser sincero con uno mismo es una de las pocas alegrías que realmente lo son (y la única clave que permite las demás).