Sábado, diez de la mañana. Tres tipos que aparecen en medio de la tierra, con una especie de imprenta de gente a la derecha, una caja con algo de comida y ya está. Así empieza el juego. Tienes que pelearte con el oxígeno, que no es suficiente, con el dióxido de carbono, que pesa, con el hidrógeno, que vuela, con el cloro, el vacío… con el estrés de los tipos, con las bacterias que los polucionan. Tienes que ponerle un nombre a cada uno de ellos, porque el pasar de los acontecimientos genera historias que te dejarán roto en la silla y querrás recordar quién es cada uno. Durante un rato largo me despisté con la comida y, para cuando quise reaccionar, había perdido a catorce de ellos, los vi morir de hambre lentamente uno a uno. Construí unas lápidas en las que ellos mismos iban metiendo a sus muertos cuando terminaban las actividades necesarias para mantenerse vivos —puedes priorizarlo todo—. Después no tenía gente suficiente para supervisar los sistemas de generación de energía que habían construido en el pasado, así que tuvieron que confiar sus vidas en que los ya muertos hubieran hecho un buen trabajo con ello. Tiempos oscuros en los que no podían más que cultivar comida y esperar a que la impresora terminase sus tiempos de recarga, levantar de nuevo la colonia, volver a aprender lo olvidado…
Fue algo absolutamente épico. Brutal, intenso, doloroso y épico.
Sábado, once de la noche. Desinstalado. No haría otra cosa si no lo hiciera. Lo recomiendo. Mucho. Y todavía en acceso anticipado.