Borracho. ¿Qué hay que decir? Pues borracho. Yo te di la vida al compás, yo te di lo que no podrás olvidar. La vida que te di es la vida que ya no está, no, no, la vida que te di es la vida que ya no está. La vida que te di la guardas en tus caderas. La llevas puesta en el pelo, me la recuerdas… cuando te veo. Sí, sí, sí, sí, sí.
Es emocionante llegar del curro y ponerte a tocar, con la guitarra que aún no me ha dicho su nombre, que no me lo va a decir jamás, que siempre va a ser «guitarra», y tomarte unos litros, fumar unos cigarros, comerte una pizza, pensar qué bien que estoy aquí, qué bien que no quiero estar en otra parte, qué bien que me libré de borrachos, de pibas, de silencios, de gritos, de besos y de encuentros por hoy. Hoy estoy aquí, definitivamente y felizmente solo. Ohh, sin ruido. Ohh, sin disturbios. Tranquilo en y por y para ensayar las canciones. Qué bien que no estoy cantándole a la luna, qué bien que no tengo vómito en el pantalón, que bien que la casa sea un remanso tranquilo de orden, qué bien que me puedo tomar unos litros sin ofender y sin hacer temer a nadie y qué bien todo qué bien todo qué bien todo…
Y suenan bien, las canciones, van sonando a conocido, se van construyendo en cada segundo, cada vez que las ejecuto (triste palabra, pero es justo la palabra), y se agradece la calma, por una vez, y el silencio. Se agradece que toda la vida esté fuera y que, por una vez, eso no importe.