El día
que dejé de verte
pensé que,
al fin y al cabo,
no había sido tanto
ni tanto lo sido
como para hacer
un drama inmediato.
Después de no saber,
tanto riego en tanto y tanto misterio,
el dolor en cada color
y el color en cada rama,
siendo la luz el desastre
y el andar
la forma sutil
en la que te metes en la
cama
refugiándote en las mantas.
De eso puedo acordarme.
No hay tiempo
ni ganas
para ver más allá del tiempo
—¿qué tiempo? —me dices,
agostada en tu espera,
henchida y vencida en la luz de
los días ennegrecidos—, ¿qué tiempo
nos queda?
A veces me gustaría
tener
más respuestas.