Llueve. Escucho «nube negra», porque gracias a mi gran organización no encontré «ea».
Doy tumbos, llevo un par de platos sucios a la cocina, leo a Paniker, recojo algo de ropa tirada del suelo, limpio el baño… doy tumbos. Hoy vuelvo al curro y llueve, así, en mitad de agosto.
Doy tumbos también emocionalmente. Me acuerdo de la carrera (se acerca septiembre), pienso en la novela (deshinchada), pienso en el curro (el orden externo que detiene el esfuerzo de Atlas unas horas).
En cualquier caso, un stand by muy largo, ¿no?
Sí.
Fumo y huele a tierra mojada. A asfalto mojado, más bien. Por un lado es triste, por otro lado es como si se estuviera cociendo algo. Algo para ya mismo. No me fío de mis percepciones, porque suelen acertar.
Recupero la lección de ayer: déjate llevar. No es sencillo, porque el tiempo hace preguntas y quiere respuestas (en realidad es un vano en la cabeza el que hace preguntas, el que quiere respuestas, el que fuerza al mismo Tiempo a que se sienta culpable por no suceder. Allí donde el Tiempo no sucede el agua se estanca y las cascadas congelan su movimiento, lo único que permanece idéntico es la leve entropía de las cosas, que se agostan y caen como una flor que se marchita y acelera su conversión en tierra).