Antes de que me diera cuenta
estaba loco,
rematádamente loco en aquel
anden
pesado
gritando arriba y abajo
y llorando
y arrastrando el pie derecho
sin sentido
entre gente indiferente que miraba
a otro lado.
Todos mirando justo al otro lado.
Antes de que me diera cuenta,
tabaquera en mano,
de que las cosas no eran tan sencillas
como habían sido siempre
y sólo empezaban a insinuarse
tan complicadas como iban
a empezar a ser en adelante.
Descalzo del derecho,
gritando,
arriba y abajo,
liándome un cigarro a empujones,
llorando,
pidiendo un punto de destino
al revisor que me tranquilizaba diciendo
«relájese, no le entiendo».
No le entiendo.
Qué maravilloso es ser nada y no serlo.