Siempre he sido de despertarme a última hora y con prisas, ducharme en cinco minutos, no desayunar, salir de casa corriendo y llegar tarde al curro sistemáticamente cada día. No me parece una mala rutina, pero tenía la sensación de que empezaba el día algo estresado, no sé muy bien por qué. Innumerables las duchas a lo largo de los años en las que me aclaraba el pelo mientras me enjabonaba cualquier otra cosa y, a la vez, me peinaba. Entiendo que como sistema para ahorrar agua es perfecto.
¿He cambiado? Eso es mucho decir, las rutinas son persistentes.
Me bato algo. No sé, una pera, un melocotón, un cacho melón y un par de naranjas (hoy), lo que haya. Y me lo bebo. Está bien mirar por la ventana mientras te metes algo en el cuerpo. Mi casa es preciosa, pero no me he dado cuenta del todo en el tiempo que llevo en ella, son sólo cinco años (o más). Está bien ducharse relajado. Bah, nunca seré de duchas largas, pero qué coño, tener al menos siete u ocho minutos para la ducha es un lujazo. Incluso a veces, si me despierto pronto, me casco un baño con sal. Luego me quedo tonto, con la tensión por los suelos, y eso merece la pena. Me visto con calma. Me miro en el espejo. Me reconcilio con el tipo gordo que me mira al otro lado. Hay días que incluso me sonrío.
Las rutinas son persistentes, levantarme con tiempo me requiere un esfuerzo. Mi cabeza tiene tendencia a aprovechar todo el tiempo posible para dormir, porque nunca he sido de darle mucha importancia. Cinco horas un día es mucho. De vez en cuando me echo una siesta que aparenta de media hora y me despierto al día siguiente: el cuerpo toma lo que no se le da. Pero, no sé, creo que es interesante correr un poco menos. Me estoy sonando fatal, evidentemente, parece que he empezado a soltar tópicos sin parar.
No sé, la verdad. Esta bien no correr tanto. Y estar donde estás cuando estás allí. Era más o menos eso lo que quería decir.