Bueno, supongo que al final todo el mundo tenía razón y no se puede ir por ahí sin casco. Supongo, además, que si doy una vuelta y media de campana en el aire hasta quedarme cabeza abajo, ahí me detengo y caigo al suelo, el casco me salvará, porque… desde luego no me salva la cara del raspón contra el asfalto. Creo que esto del casco es más bien una falsa apariencia de seguridad. Yo, por si las moscas, seguiré como si no lo llevara puesto.
Ahora parezco una ballena con una bombilla en la cabeza, encima de cuatro hierros y dos tiras de goma. Grotesco.
Levantarse tarde no está mal si no te sientes un vagazo de mierda con ello. Normalmente no necesito que nadie me diga cómo.
La historia está montada ya para hoy y para mañana, si todo va regularmente bien. Tengo el fin de semana completo y ni un duro para llenarlo (apuro el café solo, porque hay dinero para casco pero no para leche). ¿Quién sabe dónde conduce todo esto? Quiero decir (ahora completamente fuera del tema) que uno va haciendo cosas, monta en bicicleta, toca la guitarra, toma café, trabaja, estudia, lee, escribe mientras los días se van sucediendo como los zombies en un mal juego de la play station. Uno de tras de otro, infinitos, acabas con uno e inmediatamente tienes otro zumbando y mascullando algo entre dientes: mmmmm, hmmmmmm. Se tiran y se deshechan como las hojas atrasadas de un calendario cuando pasan. Y… dónde irá todo esto.
Hace no mucho tiempo me dije que a ninguna parte, que lo importante es cada momento y que el único sentido que tienen los acontecimientos es disfrutarlos, siempre en la medida de lo posible. No hay un gran plan cósmico que recorra de sentido la vida. Es más bien una gran chapuza cósmica, en la que se coge lo que se tiene y se hace lo buenamente posible.
Eso vale como astringente mental, pero poco más.