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síndrome de casandra

Dando vueltas por HED-GP, buscando una luna que ande sola. Al final lo único que queda al final son las voces, que cuentan, los oídos que escuchan. Todo lo demás es miseria. Sin paliativos. Es mierda.

Medirse con alguien. Medirse en medio de la mierda. Sobresaliendo. Sobresaliendo.

Avanza un poco para arriba. Está claro que no hay otro modo, no hay alternativa ninguna. Es el juego, el mismo juego, el sobresaliente juego al que todo el mundo juega.

Entra. Sal. Podemos bailar. No somos capaces de derribar a los que nos derriban, o eso parece, así que bailemos. Es el modo en el que nos mantienen entretenidos para que nadie piense que más allá del tiesto hay algo.

No hay nada, parecen decir. Y lo dicen. No hay nada, no mires. No hay nada: no mires.

No deberías mirar hacia allí. ¿No ves lo que hemos puesto? Un árbol con adornos, ahora. No sé qué será luego.

Un árbol sin adornos. Un partido de fútbol. Un heroe que se impuso a las dificultades y llegó a ser… sistema.

Como tú no puedes. Como la lotería. Algo semejante. Dejan opciones para que la zanahoria siga colgando del palo.

Todo lo demás es miseria. Han convertido todo lo demás en miseria, porque les conviene. Nadie quiere echar raíces aquí, así que seguimos el juego.

Es como si esto no fuera importante, preidético, fuera de juego.

Coges las vías de escape como si no hubiera otra cosa, porque han conseguido que sientas que no hay nada más.

Y todos juegan. A la lotería, por ejemplo, que no deja de ser un timo. Y un ejemplo. Coges las vías de escape porque los muy hijos de puta han hecho que las putas vías de escape parezcan lo único real. Lo único que nos queda.

Te estoy mirando mientras te estrellas, mientras estás a punto de estrellarte, y no sé qué decirte. No como anoche, anoche podía contarte un montón de cosas al oído mientras me descerrajaba por dentro. Pero ahora ya no, ahora ya es tarde, has cogido la rueda temporal y sólo quieres estrellarte en ella. Anoche éramos tú y yo, y por acuerdo tácito ambos éramos lo único importante. Pero eso no dura. No existe cuando te levantas, cuando me levanto.

No pensaba escribir hasta el año que viene, pero me dio mucha pena. Por ti, por nosotros, por lo que se va, por lo que se queda.

Por cómo te estaban manejando sin que te dieras cuenta.

Yo me llevé lo mío, y los colegas decían que tenía suerte, que estoy gordo, que hay cosas que ya no, que estoy viejo, que hay cosas que ya no, que ella era preciosa y que hay cosas que ya no deberían ser sí. Y te vi partir, con la bruma de la mañana, empeñada en una belleza que no existe y obviando una mierda que lo recubre todo, absolutamente engañada. No supe qué decir.

Te estoy mirando mientras te estrellas, aunque no te has estrellado todavía. Eso es lo más cabrón. Te estoy mirando sabiendo que te vas a estrellar. Previendo el golpe. Previendo el daño. Previendo la aniquilación.

Porque, amiga, estarás aniquilada. Pronto. Mañana o pasado. En quince días. Yo qué sé. A eso jugamos, a eso y a estar vivos y volverás y no sabré que decirte porque podría contártelo todo.

No sabré qué decirte porque podría contártelo todo. Me ha pasado antes.

Tú estás viva, y eres gracil, y mereces la vida entera y ser lo que eres. Y ellos lo saben.

Y lo aprovechan.

Te prometo un té. Te prometo acariciarte la cabeza. Te prometo decirte «shhh, no es nada, shhh, descansa».

Eso puedo prometértelo, ahora y siempre.

No has perdido el contacto, y es como una misión a la luna. Pero como si la luna estuviera aquí mismo. Hoy fue cuando. Shhh. No es nada. Shsss. Descansa. No merece la pena. De todas las cosas que existen… es la que no merece la pena. Dándole vueltas a la nada.

A la nada.

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