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descartes

Es curioso como el sistema nos iguala haciendo que los criterios relevantes para cribar la sociedad sean, con respecto a la mayoría de la gente, productividad y eficacia. Es decir, de todo lo que puede aportar la humanidad se seleccionan solamente unos pocos valores. Eso nos cosifica, por supuesto. Y en los descartes se va lo mejor de nosotros mismos.

Y, al mismo tiempo cuanto más y más hicapie se hace en lo privado frente a lo público se crean fronteras que nos separan. Básicamente, lo que cada uno puede pagar.

Es decir, se nos iguala en lo que se nos exige y se nos diferencia según a lo que podemos acceder. Después hay múltiples modos de legitimar la desigualdad, usualmente culpando al excluido de su propia exclusión.

Esto ya es una lucha abierta. Se han retirado las máscaras. La humanidad se revuelca en el barro e intenta sacarse mutuamente los ojos para ser el único que se quede con los despojos.

Vista así, tiene muy poco de humanidad, muy poco de grande, muy poco de bondad. Lo único que es nuestro es nuestra consciencia de nosotros mismos, nuestro carácter finito y experiencial y las infinitas líneas que eso genera. Empeñarnos en limitarnos e igualarnos en lo que somos es un desperdicio. El desperdicio definitivo.

Desigualdad en lo que somos, igualdad en lo que merecemos.

Todo lo que estamos dejando de descubrir por acabar con nosotros mismos, con un egoísmo y una brutalidad propia sólo de alguien que es meridianamente consciente del daño que puede hacer, es algo profundamente equivocado. Nos estamos centrando en lo que no importa.

Realmente, nos estamos quedando con los descartes.

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