La vida es como una gaita, o como un saco, o como algo así semejante que se hincha y se vacía, como un pulmón de ritmo irregular en el que cosas entran y salen.
Y es un tiburón en constante movimiento que, cuando se detiene, vive de las reservas que guarda. Las reservas se almacenan en el cerebro en forma de recuerdos y esperanzas. Y a veces hay y a veces no hay, y a veces hay pero mejor no dejar muy lejos la costa. A veces mirar atrás es un profundo suicidio y otras hacia delante es ver un maldito abismo. La mejor parte del tiempo es más sensato quedarse en el presente para no darle demasiadas vueltas a nada. Nada lo merece. Nada que merezca la pena lo ha hecho nunca. Lo que merece la pena se da y punto.
Pero a veces no hay presente y el tiburón se detiene, lateral y hambriento. El saco está vacío. Mirar hacia delante no es opción si significa oscuridad o desorientación, mirar hacia atrás no sirve de nada si significa meterse en problemas con uno mismo.
Eso parece, pero es una mascarada, tanques hinchables en medio del desierto. Siempre hay algo más allá del mareo y los agujeros, abismos y confusiones. El cerebro y sus cosas son siempre una cuestión de perspectiva, de cristales de colores con que se mira (el barroco del artificio era el mejor preparado para darse cuenta de que todo es construcción y, de algún modo, juego, del mismo modo que la caricatura comprende la realidad al sobredimensionarla hasta el límite, volviendo patente incluso lo mínimo). De mentiras que se cuentan porque alrededor hace frío y dan algo de calor, qué coño. De verdades nunca, porque la verdad ni existe ni se la espera. Todos construimos mitologías día a día, o nos abrazamos a algunas precocinadas de las que ofrecen por todas partes con altruismo interesado y tendencioso, puro mercado lanzando anzuelos fáciles que los incautos recogen y, como todo es según se mire, a veces incluso va y les va bien.
La vida es mito, los mitos nos levantan y nos hunden. La realidad es una cosa fría y sin aristas que por sí misma no significa nada, no sin la capa de cuento y mito que le superponemos más acá de los sentidos. Todos ellos, sean los que sean. Para el presente cuando el presente se detiene, el cerebro tira de reservas y mantiene o modifica el vestido. O incluso cose uno nuevo, llegado el exceso.
Vivir en tu propia cabeza en medio de un cambio de paradigma, de costuras, esperanzas nuevas recién pulidas, sacos vacíos, tiempos agotados, agostados y muertos, es una experiencia alucinógena. Algunos días parecen copias burdas y cansinas de otros que ya deberían haber dejado de ser atrás en el tiempo, otros vienen sin tener ni idea de por dónde empezar y toman el café por la noche y se duchan en la terraza haciéndote pasar frío a lo tonto. Unos viejos y fuera de lugar, sucediendo a trompicones y petardeos, otros desubicados e inventando un mundo entero sobre la marcha, mientras van sucediendo.
Así está escrito. Eso decimos todos.