Por la mañana se acerca Oscar y hablamos de todo un poco. Me gusta que la gente venga a tomar café. Después viene Laura y seguimos hablando, de la mierda de buscar trabajo. Ella ha terminado una ingeniería y los trabajos que encuentra son mucho peores que los de mcdonald’s, que ya es decir.
Por la noche, cuando llego del curro, bajo mi ventana y aullando a la luna está Koldo esperándome para chinarme un rato. A Koldo no le puedes dar café, al igual que no le puedes echar agua a los gremlins después de medianoche. Se transforma en un Koldo nervioso.
Lleva años aprender a tener una conversación con él, sobre todo porque mezcla tres o cuatro, según le van pasando las cosas por la cabeza. No le deis café. Jamás. Yo le di una cerveza y no le fue mal. Improvisamos con la guitarra unos temas hasta que el reloj de la pared me dió una colleja tremenda, pensando en los vecinos.
Cuando me quedé solo pensé que había sido un día estupendo, lleno de buenas conversaciones. No me importó no haber hecho nada con la novela, aunque me tiré todo el camino de vuelta del curro organizando el capítulo.
Tengo que cambiar el condensador de fluzo del televisor, porque ya no funciona. El condensador de fluzo es un mechero sobre la tele, sobre el mechero una especie de guardatodo con forma de pato o alguna otra ave, sobre el pato una caja de cartón, sobre la caja de cartón unos cd’s haciendo presión contra la estantería de arriba, lo que aplasta el mechero inicial sobre la tele y, de este modo, funciona el altavoz. Lo más curioso es que el altavoz está en el costado derecho, pero es la única manera de que funcione. Algo debe haber cambiado en la cosmogonía del televisor que mi condensador de fluzo casero ya no funciona bien. El sonido va y viene. Más bien va, raramente viene. Recurro a los golpecitos, a invocar a la virgen, pero en vano.
Me meto en el país y leo la comedia diaría de imbecilidades políticas. Pensé en hacer aquí una crónica, pero no me apetece una mierda hacer eco con lo que no tiene reververaciones. O no debería tenerlas. No entiendo cómo no se les/nos cae la cara de vergüenza con la participación que ha habido.
Me deprimo un poco, es verdad. Pero pienso en la novela y en los exámenes de septiembre y me encuentro algo mejor. Riego las plantas, doy de comer a los peces, preparo un lavavajillas. Todo rula mejor. En el buzón me espera la factura de la luz. Da igual, que espere. No puedo pagarla.
He encontrado en mi cartera un billete de tren con un número de teléfono. Estoy por llamar, quién sabe de quién será. Lo tengo delante de mí, en el escritorio, pero no llamo porque no.
Voy a continuar con el ritual estúpido de lo cotidiano, así que me bajaré al ahorramás a por un estropajo, lactovit y jabón de manos. En la cola me siento realizado si se me cuelan, demostrándome la gran capacidad de iniciativa y arrojo humanos.
De lo mejor que he leído nunca, suerte.