
Aprovechando que ayer era el día en el que se celebró (es un decir) el noveno mes desde el 14-S, pues subo esta fotico que me encontré cuando hice limpieza en el tablón de corcho.
La verdad es que, a fuer de ser sincero, no podría decir exactamente cómo estoy. No me encuentro mal, no tengo grandes agujeros (y menos mal, porque joder…), me da rabia y lástima, lástima y rabia. Aún se me vuelca el pecho si encuentro algo que me recuerda a. Sinceridad, Miguel, sinceridad.
Vale, sinceridad. Amaré a otras. Hablo desde la distancia crítica que conceden nueve meses. Sé que amaré a otras, llegado el momento. Las amaré con locura y me encantarán, me llenarán de alegría. Lo sé. Pero no… joder, cuesta ser sincero. ¿Por qué? Porque cuando lo soy pongo la pulpa caliente del pecho a disposición del respetable, y en este tema en concreto aún soy muy vulnerable. Iba diciendo que amaré a otras, por supuesto que lo haré. En algún momento. Todo tiene su momento. Estoy perdiendo la vida, de eso soy consciente. A la mínima oportunidad emocionalmente fuerte, lloro. Lo sé. Y sé por qué. Sé a qué viene. Sé qué es lo que siento.
Hay corrientes de pensamiento que pretenden fundir las emociones y la racionalidad, pero eso es, al menos, complicado. Porque la racionalidad no existe, es un invento con el que cubrimos de coherencia las emociones. Nada más. Racionalmente soy fuerte, tengo mi pátina de coherencia muy currada. Me desahogo en las canciones, en la novela, en mi forma de agarrar el trabajo como si fuera la misma vida, en mi forma de reír, de pasarlo bien.
Pero no lo estoy haciendo bien. Precisamente por estar jodido no puedo salir a dar una vuelta y pasarlo decentemente sin más. No, tengo que salir de kombate. No puedo hacer canciones divertidas sin más. No, tengo que echar en ellas toda la rabia que no sé expresar de otro modo. Tengo que quedarme afónico cuando las canto, morir en ellas. No las toco, las peleo. No puedo escribir una historia sencilla y divertida, no, tengo que morir en las líneas.
Porque sigo viviendo con desesperación, matándome con desesperación, bebiendo, fumando, corriendo, cantando, escribiendo, hablando con desesperación. Tengo un agujero en el estómago que malcubre la herida, que supura y no está cicatrizando bien. Duele los días de lluvía y en los cambios de tiempo.
¿Y ella, os preguntaréis? Pues si sigo con lo de ser sincero, no tengo ni idea. Tengo mis cálculos, porque la conozco como si hubiera sido mi compañera nueve años. Algo en la última vez que nos vimos le dio una lástima infinita (no me extraña), la instauró en la distancia.
(Y sé que no es eso, pero ahí si que no me atrevo a escribir lo que pienso, por nada del mundo lo haría, la escritura y la construcción del mundo son uña y carne).
Ella no me preocupa más que en una mínima parte. Me explico: cuando uno es el que decide, no deja de sentir que el mundo está en sus manos. Eso siempre es bueno, porque aunque pesa el mundo te deja, sin embargo, el buen regusto de ser tú quien controla tu vida. En ese sentido no me preocupa. Sé que para ella todo es agüita pasada. Es algo inherente a la decisión.
Yo llevo una doble vida. Mi vida entera es un vivir como sí. Después del sí podéis meter casi lo que os dé la gana. ¿Lo paso mal? En absoluto. ¿Soy infeliz? En absoluto. Dentro del «como sí» el dolor es un olvido.
¿Soy tonto? Seguramente, seguramente soy rematadamente estúpido. Tengo mi pátina de racionalidad (y sus trucos, el «como sí»), pero no puedo hacer nada con mis emociones.
Mentira. No quiero hacer nada con mis emociones.
Raramente soy consciente de tener algo hermoso, de contemplar algo hermoso. La hermosura es una rareza. La hermosura también duele, no es sinónimo de lo perfectamente bueno.
Lo que me fascina, con mis gafas de antropólogo o psicólogo, es que aún siga sintiendo. Como espectador informado tengo un caso rarísimo en mis manos.
Y sigo mintiendo. Lo que no digo es que las emociones están imbricadas las unas en las otras, y nunca sabes cuál va a ser el resultado si amputas una, porque dejas a las demás cojas.
Y sigo mintiendo, porque es duro ser capaz de decir llanamente que algo me supera, que está por encima de mí de tal modo que no hay poder de reacción posible, más que una tenue racionalidad que, al menos, permite ir pasando el día a día sin pena ni gloria.
Bah. Es algo que no sé decir de ningún modo.
Para este aniversario: enhorabuena a los premiados.