Lamento que no seamos ese par de amigos
que algún día pudimos llegar a ser.
Eso pensé mientras montábamos
en el bus que nos conducía a Plaza Castilla.
Me le encontré de casualidad, camino
del trabajo de turno,
de la ficción de turno que
después se compra lavadoras.
Él me estuvo hablando de lo que
siempre me hablan, de críos, de plazos
de coches fantásticos -va en bus
por el asunto del aparcamiento-
de risas los fines de semana en cenas
íntimas y moderadamente alocadas.
«¿Y tú, qué tal vas?»
No pude evitar ahorrarle
la decepción. Siempre sucede lo mismo.
Siempre están con lo mismo.
Siempre piensan que por vivir solo,
por tener un reducto de oso, por
caminar pendiente siempre sólo de mis pasos
mi vida es un perpetuo beber y follar
y tocar la guitarra.
No quisé decepcionarle y me callé,
dije «voy tirando».
Y aunque parezca mentira eso fue suficiente.
Su imaginación hizo lo demás. Con creces.