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entre tanto

El semáforo arranca reflejos rojos en el salpicadero, a través de las gotas de lluvia del parabrisas. Eres consciente de tus pies esperando, las sandalias a punto de salirse. Quitas el pie del freno y frotas hacia delante hasta que vuelven a estar en su sitio. Vuelves a los pedales. El semáforo arranca reflejos verdes en el salpicadero, a través de las gotas de lluvia del parabrisas. Pisas el embrague, metes primera, quitas el pie derecho del freno y empujas el acelerador. El coche se pone en movimiento hacia delante.

Hoy es un día de esos.

Tienes un par de rones en el estómago, nada serio. Nada aparentemente serio, en cualquier caso. Vete tú a saber si darías positivo en un control. El bar está cerrado, te has subido a la acera para dejar pasar a los demás y lo has visto. No puedes comprar tabaco. Miras en el bolso y queda poco tabaco de liar. Arrancas y vas hacia la gasolinera, accionas el limpiaparabrisas, que deja rastros acuosos en la luna.

La luna, la otra, que está enfrente arriba, parece un plátano.

No es de noche todavía, pero ya no es de día. Ese punto impreciso en el que lo que viene no es y lo que fue ya tampoco. Piensas que quizá en el pasado eso fue una hora mágica, de transición, un momento indefinido en el que cualquier cosa puede ser cualquier otra. A veces la gente pasa por los badenes como si fueran de algodón y pudieran hundirse si pasan demasiado rápido. Luego aceleran como si no hubiera mañana. Piensas que en esta hora, en la que lo que es no lo es todavía y lo que fue ya ha dejado de serlo, es posible que sea así. Que no lo haya. Nadie promete nada porque nadie puede hacerlo.

Eres consciente de tus pulmones respirando. Así. Dentro. Fuera. Tomas un par de rotondas.

Te has levantado temprano para montar en bici. El aire olía a humedad y el viento de cara era frío. No mucho, porque aún no es tiempo del todo, pero ya frío. El verano se ha acabado, y aunque tampoco se ha ido del todo no se puede decir que siga del todo aquí. Has atravesado las ovejas, el pastor era un crío de 10 años como mucho. Con un flotador de esos de espuma a modo de bastón. Los tiempos están cambiando. No dejan de hacerlo nunca. El aire era frío y lo agradecías, porque después de diez minutos pedaleando entraste en temperatura. Refrigerar el cuerpo con el aire que te da en el cuerpo, y con el que entra por tu boca. Te pones la mano delante: sale caliente.

Hoy ha sido fácil. Ayer no tanto. Ayer cada cuesta arriba era dolor puro. Dolor. Hoy ha sido un paseo. Echas de menos el dolor, pero no lo suficiente como para ampliar la ruta. Aún es pronto. Aún no está cambiando el mundo para tanto.

Reviso la novela, que avanza a buen ritmo. Y es una mierda. No soy un escritor, no lo soy en absoluto. Quizá nadie lo es. Quizá nada se parezca a lo que alguien quiso decir alguna vez. Pero yo eso no lo sé. Lo que sí sé es que lo que yo escribo no se parece en absoluto a lo que quiero escribir. Deprimente. He probado a depurar el lenguaje, a simplificar. He quitado palabras fuera de uso común.

No ha sido bastante, hoy es un día de esos.

He simplificado la idea. He reescrito todo. Sigue sin parecerse en lo más mínimo. Reflejos verdes en el salpicadero, la gasolinera está al fondo. Entro y paro en el acceso a la máquina para limpiar el coche, porque la puerta de la tienda está justo al lado. Buenas noches, quería cambio para tabaco, gracias. ¿Está activada?, ¿sí?, gracias. Entran las monedas y pulso el botón y me agacho para recoger el tabaco.

Es como un botín pero no lo es en absoluto. Aún así lo meto en el bolso, me despido y me voy. Delante de mí ha aparcado un BMW con una tipa buenorra, que sale del coche. Yo entro en el mío. Arranco y le miro el culo por el retrovisor. No es un mal culo. En absoluto lo es. Un culo estupendo. En seguida desaparece del espejo, y tengo la sensación de quedarme un poco solo. No sé por qué. La sensación no dura mucho, se va del todo. Nada de qué preocuparse.

Hoy es un día de esos.

Cuando volví con la bicicleta después de unos diez kilómetros puse un lavavajillas y una lavadora, barrí mi casa. Quité marañas de pelo del desagüe de la bañera. La bola apestaba a jabón. Me dejó olor a jabón en la mano. La tiré por la taza. Desapareció en el lago del fondo. Me subí en la báscula a ver si había servido de algo. De nada. De casi nada. No importa. Llené la bañera y me metí dentro. El mundo desapareció por un rato. Luego siempre vuelve.

No hemos ganado el asunto este de las olimpiadas, y siento que es para bien. Creo que al final unos cuantos no se enriqueceran, otros cuantos ganarán menos, y la gran mayoría seguirá igual de jodida. Una pena, dicen, para los deportistas que practican disciplinas minoritarias. Se habrían comprado un vale de tranquilidad por cuatro años. Después tendrían la misma miseria otra vez. Una pena. No tanto.

La miseria no entiende de plazos. Lo miserable es no querer desterrar la miseria.

Hago el cruce porque no veo luces en ningún sentido que puedan impactar con mi coche. Algunas gotas nuevas llegan al limpiaparabrisas, o luna, o plátano. Es lo mismo. La noche ha ganado peso, el día se retira acobardado. Aún así todavía puedo ver nubes enormes en el cielo, la noche no ha ganado del todo. Una especie de guerra eterna que nunca se resuelve, más que provisionalmente. La luna noche plátano buscando su lugar en el mundo, como todo el mundo. Exactamente igual. Peleando por un sitio.

Y sólo se gana provisionalmente. En el fondo es la idea que subyace en este dominio desde el principio: la victoria es un asunto temporal. Lo que es eterno es la derrota.

Uno va aprendiendo a gestionarla y a hacer algo con ella para que no se desperdicie. No es una victoria, pero es algo.

Mi hermana está preciosa. Tantas horas trabajando en el huerto le están dejando un cuerpo maravilloso. Trabajado. Dulce. Precioso. Compartimos con ella la hora de comida y, cómo no, la comida en sí. Tumbados en el césped. Conversaciones sobre ésto y aquello. Rápidamente se acaba el momento y tiene que volver al trabajo.

¿Veis? La victoria es un asunto sobrevalorado, no dura mucho.

Dejo a mi madre en su casa y quedo con Zentuario. Está contento. Algo agotado, pero contento. Dos críos muy rápido. Yo no tengo críos. Reflejos verdes en el salpicadero, acelero, estoy cerca de casa. Le destrozo el ordenador. Le están apareciendo carpetas raras en el disco duro que no puede borrar. Arrancamos desde un cd de ubuntu y las eliminamos. Después pienso que quizá podríamos instalarlo directamente en una partición que ahora sólo sirve por si algún día quiere activar la recuperación de windows vista. No tiene ninguna intención, así que lo hacemos.

Y grub no reconoce windows, lo pierde de algún modo. Un día de esos. De otro modo sigue pudiendo acceder a los datos desde ubuntu, pero no es lo mismo. Entonces saca el ron, y le digo que sí. Dos hielos, quito uno, me sirvo un ron. Sabe a la misma vida en un vaso diciendo hola. Me sirvo el segundo, nunca he sido demasiado comedido.

En absoluto.

Giro a la derecha en el cruce, estoy al lado de casa. Acciono el limpia porque ya no puedo ver nada. Lo lamento por las gotas. Lo lamento sinceramente. La noche ya es noche, y se enseñorea. Ha ganado. No sé si sabe que es temporal, porque cuando me levante mañana ya no estará. Creo que no, que no lo sabe. Se enseñorea igualmente. El plátano parece más fuerte. Él sí estará cuando me levante mañana, menos visible. Perseverará.

Están felices y se les ve. Agotados pero felices. Eva y Zentu. Zentu ha puesto los discos de Listea en marcos sobre las paredes del pasillo. Me parece un hermoso recordatorio del paso del tiempo y de lo útil que puede hacer alguien con él. Eva se va a bañar a la niña. Yo me quedo dándole la mano al pequeño. La aprieta con fuerza. Aún no es pero ya es un poco y será aún más. Se lleva mi mano a la boca y la muerde. Será mucho más.

Eso lo sé.

El ritmo de los días empuja a las generaciones unas sobre otras. Tectónica de descendientes.

Cuando salgo por la puerta dejo una casa que bulle de actividad con las cenas. Están felices. Aún es de día cuando salgo, pero se va debilitando. Empieza a llover y las gotas se tiñen de verde y rojo cuando paso por los semáforos. Están agotados pero felices porque… no tienen tiempo para pensar pero tienen en qué pensar.

Enciendo un cigarro. Ahora parece un poco más un botín.

Aprieto el botón que abre la puerta del garaje, y entro. Aparco.

Abro la puerta. El suelo hará de cenicero.

Llamo al ascensor.

Aparezco dos pisos más arriba. En medio de mi sitio.

Una guerra contra el tiempo, que el tiempo va a ganar siempre. La victoria es temporal. Pero eso no la hace una victoria menor. Lo normal y lo general es perder. Con el tiempo más que lo normal es lo inevitable. Pero mientras tanto es lo mejor que hay. Eso es débil. Espera. Para. Eso es débil.

Mientras tanto es lo único que importa.

Lo único.

Salgo a la terraza al llegar y enciendo otro cigarro. Dejé la casa limpia esta mañana, y aunque también eso es temporal ahora mismo lo está todavía. Abro una botella de vino. Miro al plátano desde mis 14 metros cuadrados de calle en casa.

Y le digo: no está nada mal. Y le digo: te entiendo. Y le digo: comprendo que ahora es tú momento.

No dice nada. No digo nada más.

Acabo el vaso de vino, apago el cigarro.

El tiempo, marco y eje, sigue sucediendo mientras tanto.

Es algo así como que siempre sabes que la derrota acabará llegando. Y no importa.

Lo que importa es lo que haces entre tanto.

Me meto para dentro, me voy a mear. Paro a tentar el vino, lleno el vaso. Me descubro un pelo canoso caído del cielo de mi cabeza al pecho de mi camiseta.

Lo cojo con los dedos.

Me lo quedo mirando mientras meo.

Es extraño. Es como la transición de lo que todavía no es pero ya quiere ser. Es curioso.

Termino de mear, tiro de la cadena. Aún tengo el pelo entre mis dedos.

He dejado el vaso sobre la cisterna, le doy un sorbo sin dejar de mirar el pelo, blanco, que he recogido del pecho. Estuvo en mi cabeza.

Un día de esos.

Mantengo el pelo entre mis dedos.

Lo único que importa es lo que hacemos entre tanto.

Lo miro y lo tiro a la taza. Lo veo caer, impactar contra el agua del fondo.

Tengo más.

Tendré más aún.

No sé si lo comprende. Yo lo comprendo perfectamente.

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