Afortunadamente ella juega como yo, sin tener ni puta idea. Nos lo pasamos bien pensando que si las puntas no fueran de plástico ahora mismo ya tendría una ventana de la habitación al salón. Al final gano yo porque de algo tenían que servir tantos años haciendo el tarado con un balón en los patios de los colegios. Echamos otra y nos reímos, nos reímos y en un momento nos besamos, y sus labios son dulces y frescos como algo que ya no recuerdo a fuerza de vivir tan solo el acerbo y lo acibar, lo agostado y lo agrio. Yo intento poseerla con rabia, con la que otorga esa particular forma de desesperación de ser un crío en una vida occidental y reseca de adulto. O de ser humano en un infierno de cuadrículas. Ella se da cuenta y me frena con cariño, desaparece y luego vuelve con dos vasos, una botella de güisqui, hielo y dos litros de cocacola (¡en un solo viaje!, es fácil adivinar un más o menos turbio pasado de camarera…)
— Así no, Dany —escucho la y griega y me parece estupenda—, así no.
— Tú mandas.
Reanudamos la partida con contenido etílico y no me deja beber lo que yo quiero, me va dosificando la dosis de tal modo que en vez de perder el control noto cómo se va adueñando de mí una sensación sorprendente de bienestar (ahora te aseguro la preexistencia de la camarera). Tirando dardos y besándola de soslayo y empezando a ver con sinceridad los senos, las caderas, la cinturita. Estoy empezando a desearla a ella, más que al simple hecho de tirárme a algo. Vaya cosas, lo que tienen que venir a enseñarme de fuera. Ella me acaricia el cuello cuando tiro (vale decir: no meto nada dentro de la diana), me mira. Sobretodo me mira y no entiendo lo que hay ahí de insondable pero lo veo. Me mira y no es fuego, ni borrachera ni silencio. Algo cálido y rotundo sale de esos ojos que únicamente, como dije, miran y me ven y soy consciente de que, aún sin conocerme de nada, me ven, me están viendo, ya estoy desnudo en realidad cuando ella comienza a quitarme la camiseta para besar mis pezones mientras tiro (catástrofe mundial, ya ni siquiera le doy a la pared), y ella está completamente vestida aunque se quite el top y el sujetador dejando libre sus senos, que se balancean suavemente mientras lanza. Ella está vestida y lanza, la piel de su cintura se retuerce porque como no tiene ni puta idea tira con todo el cuerpo. Y seguimos jugando aunque yo sólo quiera llevármela a la cama (que está justo al lado, para más desesperación acumulada), seguimos jugando porque ella es quien dicta las normas y yo agonizo cuando se quita el pantalón y se queda en bragas y me sirve otro güisqui, que yo apuro de un sorbo, por lo que ella decide penarme con un cuarto de hora de sequía que me exaspera. Sucesión continuada de tiradas, de miradas y mi monaguillo descapuchado y lanzado hacia el cielo con dolor, puro dolor físico ya. Desaparece de nuevo y vuelve con más güisqui, que escancia con calma en dos vasos sin hielo. Me siento el tipo más feliz y más desesperado del universo. Doy un sorbo a la copa y brindo con ella, digo un «por nosotros» que le hace fruncir el ceño, mientras una sombra pasajera de melancolía recorre brevemente su cara, rectifico y digo «por esto», ella recoge el guante y grita «por las cosas», bebe un poco, me besa y me lo pasa, y el alcohol resbala por mi pecho y por el glorioso canal que linda tajantemente sus senos. Nos reímos y nos restregamos en un beso largo y feliz, sin rabia, o con rabia de puro vivir, estoy tan lejos de todo, tan distanciado, que estoy a punto de reventar de felicidad cuando ella dice «gané» y se quita las bragas. Lo demás es de estricto secreto sumarial.
Extracto de «Siempre las cosas»
del borrego del anticuario.
bien…. te ganaron…. yo quiero q me ganen…