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una canción, sin embargo

Todo empezó hace muchos años.

Casi todo lo que importa ahora empezó hace muchos años.

Yo compuse una canción y un tipo me dijo que lloró al escucharla, y yo le creí.

Le creí como se creen muchas cosas, el IPC, el Euribor, la lluvia, el sol.

Le creí porque las cosas pasan, y dentro de ellas hay algunas que ciertamente pasan. Que son posibles. Es posible que él llorara por aquella canción, pero no estuve delante para verlo.

Entretanto pasaron miles y miles de cosas, de las que no dejan de suceder, yo empecé a salir con una mujer guapísima que me parecía lo más absoluto desde el comienzo del universo, él se fue a un país de sudamérica con otra mujer que, seguramente, le parecía lo más absoluto desde el comienzo del universo.

Obvia decir que dejamos de vernos.

Por eso de la física.

Y este tipo, el que me decía que lloraba cuando escuchaba una canción mía, estaba en la otra parte del mundo y yo en esta, cada cual con sus vidas, haciendo cada uno lo suyo. No teníamos mucho cuidado el uno del otro porque, de algún modo, sabíamos que estábamos vinculados el uno con el otro de un modo irreversible.

Dejamos las cosas estar.

Este tipo, el que lloró una vez escuchando una canción mía, volvió a España, y quedamos en un garito en el que su hermano estaba gestionando algunas cosas. Y nos tomamos unas cervezas, y nos pusimos al día. Estábamos ciertamente lejos, porque yo había dejado a la mujer que me parecía lo más y la tipa que a él le parecía lo más había arrancado una vida con él en España. Y yo sentí entonces que pese a estar ambos en la misma ubicación estábamos más lejos de lo que habíamos estado nunca: yo estaba de vuelta, él estaba de ida.

Idas y vueltas, nada más confuso.

Andando el tiempo, cuando yo seguía de vuelta por principio y él encontró su estar de vuelta, decidimos quedar para tocar. Sí, porque aunque no lo haya dicho hasta ahora el tipo es percusionista, y tocar con él es fácil porque sabe mucho. Saber mucho es lo que hace las cosas más fáciles del mundo. Así que quedamos en una casa de su familia en la que ya no va nadie y es fácil hacer ruido.

Y él me pedía aquella canción, aquella por la que me dijo una vez que lloró. Y yo no quería. El tema era sensible, y yo le decía que no era moral tocar esa canción en público. Y él me decía que aunque no lo fuera, qué menos que tocarla entre nosotros.

Entre nosotros, que habíamos tenido un mundo entero entre medias sin perdernos.

Sin dejar de vernos.

Repito eso, porque es difícil tener un mundo en medio y no perderse.

Y quedamos en aquella casa para ensayar y él siempre insistía. Y yo me negaba, pero en secreto iba ensayando la canción, por él.

Y el último día que nos vimos me la volvió a pedir. Y yo no pude negarme.

Y la toqué.

Como siempre, me metí tanto en la canción que no pude ver más que el suelo.

Pero al terminar, al levantar la cabeza, él estaba llorando. ÉL ESTABA LLORANDO. Tal cual, sus ojos, anegados en lágrimas, me decían gracias. Me daban las gracias.

Él mismo lo hizo. Me dijo gracias.

Y yo me pregunté qué extraño don es este que te permite entrar en el corazón de la gente sin darte excesiva cuenta. Qué extraño don que te permite salir de tu corazón, hacer algo, y entrar en el corazón de los demás.

Nos dimos un abrazo nervioso, con el sentimiento a flor de piel. Y yo no sabía, y no he podido saber, si la canción era buena porque yo había sabido componerla bien o porque él había sabido escucharla bien.

Y todavía hoy no lo sé.

No lo sé.

Pero no me importa demasiado.

4 comentarios

  1. Me encantó esta entrada, me encanta volver a verte cada vez más tú, es decir, supongo que no has tenido una experiencia extracorpórea, pero quizá eres más el tú que conocí hace 15 años. Más sabio, pero con la misma actitud. La parte luminosa de Bukowski ante la vida que yo siempre veo aunque la gente se empeñe en ver sólo lo escatológico.

    Por cierto, lo de las lágrimas me recordó a esta canción http://www.youtube.com/watch?v=o2NrLtZcc2c

    Un abrazo,

    Hare

  2. Cuesta más y cuesta menos, según van pasando los años, mantener la actitud. El optimismo es más duro cuantos más datos tienes. Pero, al mismo tiempo, cuantos más años pasan más te das cuenta de que el optimismo es precisamente eso: una actitud.

    No es una decisión racional, ni objetiva, ni fundamentada en datos, es una actitud con la que decides encarar el mundo.

    Por cierto, temazo.

  3. Lloré por emoción, lloré como agradecimiento, porque necesitaba saber que realmente estábamos vinculados el uno con el otro de un modo irreversible…..no todo se agradece sonriendo. Esa unión trans-oceánica está más viva que nunca y sigo riendo-llorando por ello. Da igual lo que pase, sea lo que sea lo que nos unió en su día, sé que es infinito. Gracias

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