No sabías que había corazones allí en medio,
no supiste verlos tras todos los nombres que aventabas,
espectros desbastados que rompían ojos en nubes
y muecas en labios, odios en dudas,
cuellos trancados en ojos mudos, romos,
agotados.
Murmurabas «seis meses»
como si el tiempo fuera un proceso
o peor aún
o como si algo de esto tuviera un remoto y arcano
parecido con el segundero.
Como; si; ya; lo; supieras; todo;
volviste, tragando toneladas de la horrible
hinchazón del orgullo,
me besaste,
llorando de alegría,
serena, dulce,
y me dejaste por segunda vez,
por segunda vez aferrado al cuello de la botella
(allí estaba la misma vida),
por segunda vez debiendo dinero,
vaciando la nevera,
comiendo pasta al agua,
silencios al pesto,
acampando a mis anchas en la nada,
guardando en mesillas que podría olvidar
todos los abrazos, las miradas, las caricias,
las palabras
por segunda vez al otro lado,
roto, solo, diametralmente opuesto a mí mismo
por segunda vez muerto
aferrando aún tu torso cálido con mi mano izquierda
y la lentitud de la caída en la derecha
el suave rumor de tu pelo al moverte en la cama
en una mano
y el frío de la falta absoluta de sentido
en la otra.
No quiero seguir sudando
lo que con tanto trabajo
conseguí tragar anoche hipando
tu nombre entre sollozos.