En el fondo daba igual y no importaba.
De hecho era lo mismo, tenía que serlo. No habíamos perdido el tiempo para nada. Tú allí entre los pinos mirando los arbustos como si fueran rosas o algo semejante, algo bello pero de un modo tremendo, sonoro, espectacular. Con tu mirada clavada en los arbustos como si fueran piedras preciosas que necesitaran un registro, una forma de perdurar en el olvido general del paso del tiempo. Metías un mechón de tu cabello detrás de la oreja cuando te molestaba para seguir mirando hacia delante sin sentido.
Porque en el fondo daba igual. Y no importaba. Era lo mismo, tenía que serlo. Te diste la vuelta y me dijiste «no puedo seguir con esto, de verdad, no puedo». Y yo me encogí de hombros, me giré 180 grados y me puse a observarte de nuevo, pero esta vez desde más lejos.
Con las rosas, el aire, los pequeños despistes jalonados de carretera y la carretera rota por nuestros despistes.