Estoy cantando por la calle
una canción sin título
que habla de las cosas que no llegan
aun cuando todo,
al final,
llega.
Tengo una copa rota en la mano izquierda y
un cigarro en la derecha
y un par de litros de vino
a buen recaudo
en mi estómago.
Me río de todo porque todo es risible y
no se están dando cuenta de que
están existiendo con falsete
y todos los días acuden a su empleo
y todos los días se sienten tristes
-excepto cuando se emborrachan o les
ascienden- y todos los
malditos
días están al mismo tiempo contentos con lo que
han conseguido.
Debajo, muy debajo en su interior
se encuentran los imposibles,
que no hablan porque no tienen boca
y se resignan a desaparecer
lentamente, dejando
un residuo de desamparo
que a veces acude cuando uno tiene un rato
y comete el error de
preguntarse demasiado.
Pero todo se resuelve mediante
técnicas y psicólogos
mediante exterminios y limpiezas
mediante usos y frecuencias y gradientes
y los maravillosos prodigios del
siglo en el cual
se erradicó al ser humano de la
faz de la tierra. Yo podría ser
arqueólogo de todas las ruinas
que veo caminar cada día.
1. De Sin título.
Libro cuarto de El número de mi zapato me parece imbécil.