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la estación de tránsito de los días

Disidente. Coño, pues que diside. Y aunque parezca un chiste estúpido es cierto. Por algún extraño mecanismo del parecido lingüístico yo siempre había pensado que venía de disentir. Que ser un disidente era ser un tipo que disentía. Una vez más, el mundo se equivoca y tú estás en un error: el disidente es el que diside. Suena mal y raro, pero es cierto.

Te levantas por la mañana con el croar del tiempo picándote la cabeza mientras intentas comerte la tostada, sin hacerle mucho hueco al aluvión de imágenes que se disparan en tus retinas proyectando sueños, deseos, anhelos que aún amorfos1 intentan hacerse pasar por realidades serias y a considerar. Porque los domingos, más que nada, son para eso. Hace muchos años Solano me dijo que ese precisamente es el día en el que ponderas si has aprobado el fin de semana o se te ha escapado entre los dedos. Y el domingo por la mañana es el momento en el que manantiales de ideas brotan (¿los manantiales pueden hacer otra cosa si no están secos?, ¿si están secos se puede decir que son manantiales?, puta mala poesía) intentando reconducir el tiempo del olvido al memorial del recuerdo futuro. Y esquivas los manantiales, porque sabes que mojan. Porque sabes que son mentira. Porque nada bueno puede salir de algo tan improvisado, si es que quiere ser tan profundo.

Pero de nuevo el mundo cree que acierta2 y tú estas en un error: a veces sucede que sí funciona.

Porque a lo mejor quedas con un disidente al que hace años que no ves —la carta seleccionada por menos estúpida en la urna de entre todos los manantiales— y de repente recuerdas por qué tú mismo disides. Por qué el futuro es una estafa siempre y cuando te hace emborronar el presente, y el pasado más o menos lo mismo. Por qué hay mañanas con coños pero los coños no siempre son poesía, aunque cuando lo son se diluye el pasado, el presente, el futuro y ese tren de mercancías al que llamamos rutina y que tiene la costumbre de pasarnos por encima con un coscorrón y un guiño simpático y, por ello, macabro. Por qué este camino tan torcido que tanto trabajo te cuesta seguir día a día merece realmente la pena. A lo mejor con una conversación en una terraza vuelves a encontrar los matices perdidos en la estación de tránsito de los días, esas pequeñas y estúpidas cosas que combinan estupendamente enriqueciendo los principios sólidos que se dibujan en las circunvalaciones de tu cerebro como límites irrebasables. Y recuerdas por qué los pusiste ahí, y te recuerdas a ti ahí haciéndolo en el mismo momento en el que lo hiciste. Tenías menos años y más pájaros pero estabas en el mismo sitio en lo básico —un ejemplar tracto bocatuboano sucediendo de nuevo—. Y, por si las moscas y para que conste en acta, quitas las marcas y las vuelves a poner en el mismo sitio. Estos son mis principios, y si no le gustan no tengo otros, porque a mí sí que me gustan y, mientras no encuentre argumentos en contra3, son los míos. Mi casa, mi teléfono, mi lugar en el tiempo y el espacio de mis primaveras, veranos, otoños, inviernos.

Y así, por esa carta-manantial y de esa manera tan tonta, de repente el fin de semana está aprobado cum laude y, aunque te das cuenta de que aprobar la vida en pedazos métricos es una imbecilidad, recuperas una enorme sonrisa y notas tu polla mental erguida, sólida, intratable. Las pilas cargadas, dirán. La energía renovada. En realidad, en eso, soy más de renovables.

Sólo me recargo cuando me da el sol en la cara, cuando sopla el viento en mis brazos, cuando el ritmo de las cosas no detiene su cadencia y la vida, esa hermosa cerda caprichosa, se deshace para mostrarme que la última palabra, o la única que importa, ha estado siempre en mi cabeza marcando la diferencia para bien o para mal. Al fin y al cabo esa es la condena del humano que decide mantenerse en pié sobre sus propios pies, y no otra. Su condena, pero… al mismo tiempo su esencia. Qué delicioso y jugoso oxímoron.

Y la disidencia siempre y sólo es resultado de una minoría estadística. La verdad no se mide de forma métrica. De hecho la normalidad es siempre masiva y, por lo que he visto y comprendido hasta ahora, la disidencia sincera siempre y sólo es individual, de facto. No existe menor minoría.

Ni segundo más preciso del segundero.

______________

(lamento lo de las notas al pie, al revisar se me descontroló todo y no me quedó más remedio a riesgo de convertir el post en ilegible)

1 Y sabes que son amorfos sin dudarlo porque incluyen visitas a centros comerciales, o a la gasolinera para lavar el coche, barrer la terraza, hacer limpieza en la nevera… cosas que en un estado no enajenado de domingo por la mañana jamás formarían parte de las cosas que querrías hacer sin tortura de por medio.

2 Impagables las justificaciones dominicales que he escuchado a lo largo de mi vida. Y lo más recurrente en un cuerpo arracional es que si se cree que funcionan de hecho lo hacen. De ahí que cualquier religión al uso explota hasta reventarlo el efecto placebo mezclado en cantidad exacta con la anulación personal (potencia la creencia ciega arracional al unirte a un «uno» que te trasciende supuestamente) sin rubor alguno, e incluso con orgullo. El papa Mazinger antes de irse animó a los jovenes españoles a practicar la mansedumbre, que no es sino un potente catalizador del efecto placebo. Me pregunto cómo cojones alguien que tiene el tipo de poder arracional y basado en la fé (creencia ciega, repito, creencia ciega) podría no ver un valor en la mansedumbre. La mansedumbre de los demás es su osito de peluche y su tótem, le ayuda a conciliar el sueño y le da fuerza. La mansedumbre te hace caer en el campo gravitacional de la tradición dominante, per se.

3 Lo lamento mucho por el dogma, pero sólo soy fiel a mis principios mientras la razón no me demuestre lo contrario. Soy bastante consciente de cómo se puede tergiversar este texto para justificar cualquier fundamentalismo, y por eso quiero decir, e insistir en ello, que mis principios son falsables a todas luces y rectificables llegado el caso, que sólo los aplico a mí mismo y que no tengo ninguna intención de extenderlos más allá de mí mismo. Excepto si me ofrecen crear una secta o algo parecido cobrando mucho dinero. Cobraría por adelantado, por supuesto. Y después no asistiría a los cursos. Eso sí que sería una clase magistral irónica casi cínica casi sardónica aplicada a este caso. Después devolvería el dinero. Pero sólo después. De otro modo no habría conocimiento aplicado.

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