La verdad es que no comprendo el post anterior. No sé por qué tener deferencia por quien no tuvo ninguna conmigo hace sólo una semana. ¿Que dudas? Bien, pues te jodes, y te lo guardas hasta que estés segura. No soy un yo-yo. No me lo puedo permitir, no tengo dinero para psicoterapia.
Acabo de mandar muy lejos con un sonoro «déjame en paz» a quien hace tiempo debí mandar más lejos todavía. No es una cuestión de hombría (nada más lejos), ni tan siquiera de orgullo, es un asunto de sanidad (privada) mental. Siempre pensé que una de las cosas más jodidas que existen es amar y no ser correspondido, pero ahora sé que eso es una mierda comparado con amar, ser amado, y que al mismo tiempo los desmadres mentales de una cabeza, pendiente hace tiempo de revisión mecánica, no permitan que las cosas, sin más, sigan su curso natural.
Pues sí, joder. El domingo de la semana pasada vino. Me dijo cosas que no puedo escribir, pero esta vez porque no me sale del culo, cosas que, a título descriptivo, me incluían a mí y a ella en una historia común.
Recuerdo, perfectamente, como clavos oxidados en cada una de mis articulaciones, el momento en el que, ambos en bolas, llorando como idiotas, abrazados en el sofá, escuchando la puta canción de los piratas que tanto nos jode porque nos queremos como gilipollas (y digo «nos», no sólo «la»), dijo «no es necesario llorar, porque no me voy a ir nunca» mientras las lágrimas nos escurrían desbocadas por el cuello sin freno ninguno. Recuerdo muchas más cosas, como podéis suponer, pero hendir el dedo en la herida reventando la tímida costrita es siempre joder gratuitamente, así que me las guardo para un futuro sereno olvido.
Recuerdo comentarle a Rodrigo, al día siguiente, que no la creía en absoluto, y que antes del final de la semana me llamaría para decirme que se retractaba sin apelación posible.
Y el martes, por unas cosas y por otras, vino a buscarme al curro con la intención de decirme que no debíamos vernos más, pero de esto me enteré más tarde, porque al verme (según sus propias palabras) se dió cuenta del pequeño detalle de que sí quería verme más. Cenamos en el falafel, me llevó a casa y al pasar por una zona de descarga con un sitio libre me dijo: «joder, qué putada, sólo se puede estar hasta las ocho de la mañana y yo quería irme a las ocho y media», lo que me provocó una sonrisa, porque esa tipa me ama y aún así se va jodiendo mientras me va jodiendo mientras (con perdón) vamos jodiendo.
Y de nuevo (y que le den por culo a ponerse romántico) pasé por segunda vez en tres días la noche más maravillosa de mi puta vida, y lloré cuando se fue, y lloré después, y seguí llorando cuando volví del curro y me senté a vivir como fuera siendo posible. Recordé cada detalle regándolo con un pelín de agua del lagrimal y me pregunté (y no era la primera vez) cómo, si ambos estamos tan jodidos (y este «ambos» lo digo por otros detalles que no contaré, aunque ella, sin embargo, con un espíritu de tortura no propio ni tan siquiera de la santa inquisición, sí me contó de sí misma, acerca de su dolor, y de su tristeza, y su añoranza y su amor), cómo, decía, si ambos estamos tan jodidos, seguimos separados. Supongo que debe haberme confundido con su psicoanalista, debo ser parecido físicamente, o debe pensar que tengo algún escarceo con la esquizofrenía, lo que me debe permitir, supongo, amarla como un puto bastardo al mismo tiempo que soy capaz de escuchar cómo me ama, para desconectar luego, meterme en la cama, y dormir como un bendito.
Pero esa facultad me está negada, como evidencia el hecho de que esté aquí casi a las tres de la mañana, y eso que ha pasado ya una semana.
Y luego todo sigue, y todos tan felices. Y una puta mierda.
Y hoy un mensajito al móvil en el que se congratulaba por la victoria del psoe.
Vamos a ver. Que alguien, de una puta vez (y lo digo con paciencia) me explique cómo se puede pasar de las situaciones más intensas, de montarse un quince de septiembre, a hablar de política como si estuviéramos viviendo la situación más normal del mundo.
«Lo siento, me equivoqué». No, niña, en estas cosas uno no se equivoca, porque aún tengo agujetas en la ingle, aunque no sean nada comparadas con las fibrilaciones del hijo puta de mi corazón, que no atiende a razones y te ama como un puto hijo de puta bastardo maldito hijo de puta hazme caso, y porque hay muchas cosas en juego, y una de ellas es que empiezo a suponer que esto es una mezcla entre el perro del hortelano y martes 13, y que no sé ya si es que no quieres perderme del todo o si es que quieres desmembrarme para venderme como casquería de oferta en el mercado de tus planteamientos psicópatas (guardo los ejemplos porque toda sinceridad tiene un límite ante terceros, pero si los quieres te los doy, uno a uno, con citas, notas a pie de página y comentarios explicativos).
Unas últimas palabras antes de despedirme definitivamente de ti, te juré que no iba a juzgar, pero no pienso negarme ese gusto:
Si te duele, es porque jode, y si te jode es porque estás yendo contra corriente.
Nadie se pasa un fin de semana entero lloriqueando y escuchando las mismas cinco canciones si no ama, gilipollas. Y mucho menos después se va a casa del otro y le plantea volver porque lo que más desea es intentarlo de algún modo. Y menos seis meses después de. Puedes llamarle inercia, si con eso te consuelas de hacer el imbécil frente a una minicadena, primero, y un seguro servidor, después, a eso puedes llamarle como quieras sin negar un ápice el evidente mensaje que te niegas tozudamente a ver.
Si no lo tienes claro, un mínimo de respeto por mis emociones y mis sentimientos no estaría de más. Desde luego amar al otro no es empaquetarlo hecho rastrojos y guardarlo en el armario.
Nadie se encuentra a sí mismo en una especie de búsqueda interestelar. Uno va viviendo, y ahí está. NO HAY MÁS.
Si sientes que volver sería un fracaso por no haber sabido vivir sola, díme qué coño tiene eso que ver con querer vivir con alguien porque le amas.
Y por último, y no menos importante, más fracaso que no poder hacerte una vida sola es no poder hacerte una vida comigo por afirmar que tengo demasiada personalidad. Más fracaso es huir para hacerlo en vez de haberlo conseguido en «unas circunstancias tan adversas como las que marca mi magnetismo personal».
Hasta el culo de escuchar imbecilidades que esconden cosas que ni vas a reconocer ni me vas a permitir contarte como mi sincera opinión personal. Por mi propio regusto violento me gustaría estar delante cuando todo el andamiaje que has construido tendenciosa e inconscientemente se te vaya a la mierda y veas lo que has hecho. Aclárate (por tu bien) y déjame en paz.
Hala, ya está, ya me pasé cuatrocientos pueblos o más. Qué puto gusto, joder. Te doy paso franco al odio, lo espoleo incluso, para que te sea más fácil. Que nadie me diga nunca que pongo trabas regalando flores o haciendo la pelota, todo lo contrario. Echo una mano donde haga falta. No querías que se supiera, porque nadie debe ver tus debilidades (¿recuerdas la llamada de Oscar, cuando te preguntó por mí y le dijiste que llevabas tiempo sin verme y, sin embargo, yo estaba sentado a tu lado en la kangoo, después de pasar la noche anudados? Pues me sentó como un tiro en el ojo, gracias).
Ahora sólo necesito el hospital más cercano, para ver qué se puede hacer con esto que tan bien y tan bonito has empaquetado.
Detesto al anticuario cuando odia. Me da asco. Detesto tener que pasar por esto. Detesto que me jodan tan inconsciente, tan infantil y tan estúpidamente. Detesto saber que no puedes hacer otra cosa, porque no tienes ni idea. Detesto saber que no tendrás ni idea mientras no te abras. Detesto al anticuario cuando odia. La rabia siempre fue el combustible. Pero joder, no ahora, no en esto.
Alea jacta est.