Empecemos por el principio.
Esta mañana demasié se levantó del cepo con un impresionante dolor de cuello, resultado probable para organismos no acostumbrados al cepo (sofá cama de ikea), un rato más tarde cisneros llamó al móvil, colgó, y llamó al telefonillo (táctica para que yo sepa que es él y no un puto cartero comercial o un testigo de jehová), y me recordó lo que yo ya no recordaba: que le tenía que comprar condones para introducirlos (según todo pronóstico) dentro de la zíngara (danza del vientre desde hace años). Planteó las cosas de tal modo que al final hasta a mí me dio vergüenza comprar condones en una señora farmacia, así que al final le espeté que por favor se callara y me puse a hablar con demasié de las técnicas más honrosas de aderezar la carne picada para hacer una buena hamburguesa, hasta que me reencontré a mí mismo y compré los condones, no sin una buena charla con la farmacéutica acerca de las marcas más competentes en dureza, estabilidad y sensación. Ella me recomendó la caja de 24, mucho más económica, y yo acepté sin reparos sus sabios consejos de persona informada (además, por supuesto, pagaba cisneros).
Le dejamos en la panadería, porque no sólo de follar vive el hombre, y demasié y yo nos piramos a por comida al ahorramás. Cómo ayer cerró por lo de la huelga parecía la antesala de una guerra y estaba hasta el puto culo. Después llegamos a casa, le preparamos un cromo para la bitácora, cociné (cómo se agradece cocinar para alguien), nos sobamos la siesta y todo lo que no cuento se sabrá en su debido momento. Fin. The end.