Yace, dormida, en el salón.
Uno nunca sabe con cuántos besos aplacar esta sed infinita de ella. Con cuantos abrazos, cuántos sexos harían falta.
El cuerpo de conocimientos es amplio. Pero las respuestas no convencen.
Al menos comprendiendo se hace menos arduo mantener la cordura.
O eso parece.
Y yo estoy aquí, es vano preguntar por qué. Quizá un asidero, una brizna de distancia que mantenga la solidez de lo real en su grado óptimo. No perderse, ante todo no perderse.
Las cosas no suceden sin motivo alguno. Más o menos lógicos, siempre hay motivos. Siempre hay indicios que un buen rastreador puede interpretar.
La única diferencia con otros casos es que en este el intérprete debe guardarse mucho de revelar lo que ha comprendido. No será escuchado primero, ni entendido después, mucho después, cuando las palabras se posen y revelen algo en una conciencia ensordecida a voluntad.
Al fin y al cabo, las cosas suceden sin tenernos en cuenta.
Nosotros sólo miramos. Damos tumbos, hacemos lo que podemos.