El anticuario toca la guitarra, sorbe un poco de poleo, garabatea unas letras, las mezcla con poemas, fuma un cigarro tranquilo.
El anticuario está esperando lo más importante de su vida.
El anticuario toma aire, necesita viento en sus pulmones. El anticuario rezuma versos que va depositando en la papelera. El anticuario tiene aliento de patatas bravas y cervezas. El anticuario domina el tiempo, porque no le hace ni puñetero caso. El anticuario recuerda (por eso es el anticuario), lanza un beso sin remite mediante correo certificado. El anticuario ya no tiene daños, un alquimista encontró la piedra filosofal de trocar lágrimas por sonrisas. Algo sutil, levísimo, ha cambiado. Algo casi insignificante para un profano. El anticuario a veces tiene visiones, según con qué protagonistas.
El anticuario enciende un cigarro, recoge algunas perlas del cajón de la derecha. Es esperanza pura lanzando esporas al viento. Siempre puede que algunas sean recogidas.