«Dícese del soporte coronado por un capitel con cabeza humana.»
El anticuario llega de tomar unas cervezas y unas raciones, nada serio. Hoy es jueves y podría haber sido mucho peor. Buena conversación, buenas caras, gente de puta madre.
Y cuando llega se la encuentra bien dispuesta, con cuerdas nuevas, solícita a la hora de tocar «las nubes de tu pelo» de fito & fitipaldis, «no sabes cuánto te he querido», de doctor grillo, «te echaré tanto de menos» de los piratas, «haz turismo», de celtas cortos y «mucha policía» (¿se llama así?) de sabina. Anticuario se sirve un zumo multifruta, para compensar el desmadre breve de la noche que fenece lacónica e insidiósamente, da de comer a los peces, riega las plantas de interior, se quita los zapatos, el pantalón. La guitarra suena de forma indescriptible, las nuevas cuerdas llevan menos tensión, no duele tocar, no más que psicológicamente. Vuelve con no sabes cuánto te he querido, de doctor grillo, una canción preciosa. Algo de Pearl Jam, algo del acústico de nirvana. Comprended, el anticuario ya no tiene voz, ya es casí un mes cantando un mínimo de cuatro horas diarias.
Pero le da igual. El dolor atroz de la garganta es algo fascinantemente vivo. No se si se comprende, así, de este modo, lo vivo que es estar paseando las cuerdas vocales por los dientes, la glotis, el velo del paladar, la región alveolar…
Pero le da igual. Porque el dolor cubre el dolor y lo enmascara. El anticuario se convierte en garganta. Es garganta. Llora al mismo tiempo que canta, llora-canta «y no sabes que aún cocino para ti», «y no sabes que no debes sonreír, no me abraces, que no sabre salir de los besos que de pronto no me das, de este fuego que te alumbra cuando no estás…», «no me moriré, pero ya verás como no sabre esquivar los vientos que te nombran, no me cansaré de pensar que estás a mi lado pero no como una sombra».
Es curioso, nunca fui capaz de sacar esa canción. Pero sólo tardé dos segundos y medio el otro día.
Es curioso que la felicidad sólo sea una máscara y que cuando, frágil, se quiebra, el dolor te ubique tan en contacto con el mundo… con las notas… con la sensibilidad… con la creatividad…
y es curioso, lo juro, lo poco que merece la pena que todo eso se produzca. Que me den el filete, me digo a veces. Prefiero matrix. Tanta mierda que no conduce a parte alguna, me digo. Me digo siempre que no supe conciliar. Que no supe estar donde debía. Me digo siempre que eso no importa. Cada momento tiene su momento. Cada vez es cada vez. Pero duele. Pero duele. Pero nunca, pero las cosas, pero todo, pero el caso es que duele, entiendo que duele, siento que duele, me desgarra, siento como se me parte la columna vertebral de carne y me arrastra.
Y me pregunto, demasiadas veces, a qué coño viene y para qué coño sirve tanto crecimiento personal cuando jamás lo llame a consultas.
Y ahora, la última vez que edito este post, es casi la una. Y el anticuario no sabe qué hacer con su ruina personal hasta que venga, como siempre, inevitablemente, de nuevo la mañana. Cuando uno duerme tres o cuatro horas la noche está llena de reflexiones. Las reflexiones son como los estimulantes, potencian tu estado anímico, nada más. No salvan de nada.