Y uno se pregunta por qué llora el anticuario. Pero eso sería responder a demasiadas cuestiones en una sola. Habría que remontarse, quizá, a un coche de la guardia civil buscando una oveja en un maletero mientras, con sus luces, buscabamos ella y yo la ropa. Eso sería tan sólo poner un ejemplo. Quizá habría que remontarse al techo de madera de la isla de La Palma, o a Chamartín. Seguramente habría que ir hasta Chamartín. Ineludible Chamartín.
Decía Yeats:
He hecho ya las paces
con eruditas cosas italianas
y las altivas piedras de Grecia,
imaginaciones de poeta
y memorias de amor,
memorias de palabras de mujer,
todas aquellas cosas de las que hace
el hombre un sobrehumano sueño
semejante a un espejo.
Pues qué suerte, tío.
Brindo por eso con mi rosado.
Habría que preguntarse por qué llora el anticuario. El anticuario está preocupado, tiene la vida que siempre había soñado.
Pero no es feliz.
Habría que preguntarse por qué ha sacado veinte canciones en dos días, compulsivamente. Aunque lo mejor es preguntarle a él. Las ha sacado para no pensar, que es lo que más teme en estos casos. Habría que preguntarle qué tuvo ella de especial.
El respondería, críptico, que un cierto brillo en su pelo.
Ella respondería que nadie más puede verlo.
Él respondería que razón de más.
Habría que retrotraerse a una poza en mitad de ninguna parte, con salchichas, una fogata y guitarras y alguien besando el cuello del anticuario, mientras el resto del grupo lo retransmite. Pero eso sería demasiado dolor para el anticuario, me temo, no lo soportaría. Habría que ir entonces a todas las mudanzas, a todas las peleas por todas las casas. Entonces el anticuario lloraría (con razón, pienso). Hoy me quedo en casa, lo de fuera no me interesa, ya saldré a dar una vuelta el día que no llueva. Habría que ir a un beso robado cuando abe llevó al anticuario a las zorreras, pero eso jodería mucho. Haría pupita. Mejor no hablamos.
Habría que ir al detonante de todo eso. Vivencias que todo el mundo tiene, que no se diferencian de ninguna otra. Habría que ir a lo que les da brillo. Pero ir hasta ahí sería el llanto pertinaz del anticuario.
Alcohólico dirán. Pero yo me quedo con mi rosado. Él y mi guitarra son que ahora brilla. Llegará el jueves, y mi casa se poblará de gente que, seguramente, aún no conozco.
Pero eso será mañana. Tarde. Decidme que ha de hacer el anticuario ahora mismo. En este segundo. Atinad. Por Dios, atinad.
Decidme cómo substituir el sol. Decidme bajo qué orbito ahora todo.
El anticuario mira sus dominios en lontananza. Todo aquello que abarca la vista. Todo es su cuerpo.
Pero su cuerpo no está completo.
Pero…
Por Dios. Joder. Ostias. Me cago en Dios cien mil veces. Por qué. Por qué.
Cojo al anticuario de la mano, me lo llevo a un garito. Allí estará bien, tan sólo dejadle una esquina, un rincón tranquilo donde nada suceda, donde pueda respirar aire sin ella. Sólo un segundo. Después se meterá en la fiesta. Él está muerto, puede permitirse el lujo de estar más vivo que nadie.
ole, ole, fuerza y honor hermano anticuario, fuerza y honor.
Muy buen texto, anticuario.
A mí me gusta darme la mano y salir a la calle pensando que esa mano que me agarra es la que más me quiere.
Últimamente me abrazo mucho. Es una forma de no dejar que las querencias se me escapen.