La vida es una montaña rusa con pretensiones de ser una ruleta, también rusa. No comprendes muy bien estos saltos y estos desfases y estos momentos críticos en los que el dolor existe (¿aún existe, por qué?), estas ganas de dirigir el cañón a tu sien derecha para construir un agujero diametral hasta la izquierda, mejorando considerablemente el transvase de fluzo de uno a otro hemisferio cerebral.
Cuestión de que corra el aire, de que no se agote el empeño de soportar lo duro que golpea el empeño. Tomas viento en los pulmones y lo expeles lentamente, y en todas partes, a tu alrededor, puedes percibir la misma mierda, con diferentes tintes diarreicos, pero la mismita fetidez, la mismita intemperancia, el mismo adolecer de sentido y… abres otra cerveza (cuantas más abres más sabes que allí dentro no hay respuestas) y enciendes otro cigarro, y tomas de nuevo la guitarra como si fuera una espada y golpeas el aire. Ostia al mi menor, vibra la cuerda, cerdea, tiembla la caja por la violencia y estás afónico y no te importa, esto es una batalla, aquí viene la gente (o al menos tú) a hacerse pupita, porque lo importante es permitir que permee la rabia, permitir sin duda que la rabia retroalimente el momento y logre de nuevo la transmutación de los elementos: rabia por vivencias. A ser posible no-rabiosas. Incluso indoloras, si se me permite.
Esquilmado, roto, destrozado, hundido, por supuesto; pero satisfecho, pleno, rehecho, significante. Todo tiene un precio y has descompuesto tu sangre, la has metido en un bote hermético y se ha producido la recombinación. Tienes la fuerza de cien hombres ebrios. No durará, esto es un puro sacrificio de sangre. Dentro de algún tiempo, algunos días, tendrás que hacerlo de nuevo para mantenerte vivo. De algún modo vivo.