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sindicato y no saber nada y despertar solo agradecido

¿Y dónde están los besos que te debo?
En una cajita.
Que nunca llevo el corazón encima por si me lo quitan.

Extremoduro. A fuego.

Y vete tú a saber, yo no estuve allí, me lo contaron después pero ya era tarde, y aunque corrí y corrí cuando llegué ya no quedaba nadie. Vete tú a saber que confabulación de dioses rencorosos y empobrecidos estaban tirando los dados sobre el tapete, qué estrellas no tenían nada que brillar esa noche.

Pero aún así fuí, y llegué, y me quedé mirando al suelo como si aún hubiera algo que decir pero bajito. Como si fuera posible estar más dentro de nada en algún momento pero no fuera precisamente el momento. Recuerdo ciertas cosas, recuerdo que quedamos para comer con los del sindicato, para revivir viejos tiempos, al igual que ahora mismo recuerdo que se está actualizando el wow en mi wilson seven. Recuerdo muchas cosas, sobre eso no voy a discutir ahora, y no precisamente todas ellas útiles u oportunas. Recuerdo que algo más tarde nos habíamos quedado dormidos en el garito enfermizamente borrachos y el dueño me despertó de repente con su nueva guitarra, y toqué una canción de Nirvana pero a los clientes no les gustó y me quitaron la guitarra. Vaya si recuerdo eso. Recuerdo que me puse pesado con el de la barra para que me devolviera la guitarra que no era mía, y que debo volver para disculparme por eso. No recuerdo quien pagó, pero sé que no fui yo. Fíjate qué cosas recuerdo y cuáles no recuerdo.

Atontado en mitad de una nada cercana esquivé las ganas de ponerme mi mejor traje de salir corriendo y una tú que recuerdo a duras penas me invitó a un cigarro amablemente, y yo sentí tanta ternura y tanta belleza en el gesto que todos mis warning empezaron a pitar como locos y sólo quería irme de allí, irme de allí como si nada o como si no hubiera estado nunca o como si todo aquello no hubiera sucedido jamás. Porque mis warning están puestos en su lugar por algo y tanta ternura y tanta belleza sólo pueden arrimarme un poco más al enorme fracaso del que estoy tan orgulloso de puertas hacia fuera. Que tan triste me tiene de puertas hacia dentro. Y esa tú me preguntaba si estaba bien y si estaba sólo y si me encontraba bien y si me hacía falta algo y era tan amable en un mundo tan discordante era tan cercana en un mundo tan lejano era tan bella en un mundo tan pútridamente feo que, de un momento para el siguiente, yo yacía inmarcesiblemente enamorado y completamente tonto en una cara que mi alcóhol borraba y deformaba, obliterándola eficazmente para el recuerdo futuro. De hecho, no la recuerdo en absoluto.

Y recuerdo que me dió un abrazo que yo forcé y convertí en un beso y que a ese le siguió otro, vaya cuentas, y que a ese otro uno más y que de repente estaba en los bancos sentado besando a alguien amable que me había ofrecido un trozo de alma en la desolación infame de las cuentas que no cuadran. Besos que recuerdo por supuesto preciosos y delicadamente enmarcados pero que seguramente fueron las acometidas babosas de un triste por partida doble: parecía un triste y me sentía triste, y borracho, y solo, y cada uno libra sus batallas con la piedra que encuentra más a mano, que aunque no me honre me justifica de algún modo. Y vete tú a saber por qué la gente se me acerca cuando menos lo merezco y cuando menos estoy por la labor. Vete tú a saber, porque desde luego yo no tengo ni una maldita idea sobre eso.

Vete tú a saber, porque jode, por qué no se me acercan cuando estoy sobrio y lleno de poesía, y sin embargo por qué sí cuando estoy lleno de sudor y meados en los pantalones y rabia en la boca que no puede hablar y dolor en el alma hasta tal punto que parece que no sirve para otra cosa. Como si el alma sólo sirviese para doler. Para guardar y generar dolor. Para ser dolor.

Me levanté por la mañana tremendamente destrozado por la resaca, severamente golpeado, y aún así no pude evitar mirar a mi izquierda con el rabillo del ojo. No vi nada.

No vi a nadie.

Y con un sonoro pedo y un jodidamente buen erupto salude a la mañana que era mía y sólo mía y pensé que, al fin y al cabo, despertarse solo es un privilegio de los honrados, de los lúcidos, de los cuerdos, de los que han estado tan lejos del camino que ya ni mediante tortura recuerdan lo que es una cena con postre, vino, café y copa o algo tan remotamente normal como eso. Recordé clara y distintamente por qué hace tiempo dejé a mi última novia-chica-mitad y la condené al ostracismo más absoluto.

Y es que si sólo me quieren cuando soy un desastre no me tendran en absoluto.

Seré para mí solo.

Es algo que recito como una letanía en este devenir torpe y descuidado que hace de los días una pulpa indescifrable.

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