Un conejo blanco con un reloj de bolsillo en la mano. Corriendo. Murmulla todo el tiempo que llega tarde a algún sitio. Mientras, en otra parte, el sombrerero loco canta una estrofa tan larga que la reina grita: «¡está matando el tiempo!». Desde entonces, el tiempo no quiere saber nada de él y siempre son las seis de la tarde. De un modo extraño y afín, me siento como un híbrido de los dos personajes de Carroll, corriendo a todas partes sin que nada se mueva en realidad.
Esto me ha salido del tirón como firma de un correo, y me ha intrigado.