Cosas escritas fresquitas. Sin pensarlas mucho. Sin darles muchas vueltas. Ayer estuve con Raúl, que vino a casa a invitarme a su boda. Hace un par de años que prácticamente no nos vemos, desde que rompí con N, pero a los cinco minutos estábamos hablando como si nunca hubiéramos dejado de vernos.
Él sabe que la situación es complicada, ya que el grupo de N es el único que conozco en la boda. N y yo no nos hablamos. Al menos no en los últimos dos años. Antes hablabamos mucho. Hasta que se dormía. Eso me pasa con prácticamente todo el mundo. Hablo por los codos. El caso es que ocho personas juntas con dos generando tensión puede convertir la boda en una central eléctrica. Y no estoy por la labor.
Ya detesto lo suficiente las bodas, no necesito más factores.
Y luego me comentó lo complicado que es a cierta edad (jajá) establecer relaciones de amistad tan sólidas y fuertes como antes, que éramos más inocentones, teníamos más tiempo, no teníamos pareja, no currábamos.
Yo le dije que pese a que yo a él le conocí currando, con pareja, ya casi metido en la treintena y sin tiempo alguno, establecimos una relación sólida que nos permite que después de dos años sin hablar, y en sólo cinco minutos, estemos de nuevo en el asunto. Dándole duro. Unidos y charlando de tú a tú.
Mi opinión es que todo depende de cuánto te abras tú y de cuanto se abran los demás. Si coincide en el tiempo y en el espacio, la amistad (o el odio) será sólida como un torreón. Si te juntas con los demás para hacer intercambio de bicicletas, compartes tu vida con unos completos desconocidos.
Me recorrió un escalofrío cuando oí en «Muerte entre las flores»: Nadie conoce a nadie, o al menos no a fondo.
Pero lo intentamos. Y a veces sacamos cosas buenas del intento. Sí… yo también te echo de menos, Raul. A ti y a todos. O soy un mal gestor (que no lo dudo) o la vida a veces me complica mucho la vida.
Cuando la cosa empezó a ponerse plomizamente filosófica (el aire de la tormenta de fuera entraba por la ventana, y eso hacía que, pese a la cerveza fría con la que combatíamos el calor, los cerebros aumentaran de peso y los ojos tendieran a intentar hablar de todas esas cosas que son importantes pero no en este momento, esas cosas que ya han pasado y son pasado) le enseñé el Wow. Vueltita por profesiones, territorios y demás. Después se fue, yo subí a 80, le di un par de bocados a Miller, me puse un documental de Esparta, cerré los ojos y conté desilusiones hasta que me dormí.
Y esta semana tengo unas cuantas.