Da vueltas, da vueltas por todas partes y aún no es la hora, debo tener un bajón de azúcar o un exceso de salinidad insalubre en algún lugar no determinado del largo buzón-tubo digestivo que corretea feliz y ágil en mi interior, cumpliendo habitualmente su función. Me he agarrado al toallero con desesperación para no acabar preso de la blanca taza y mecido en sus lentas palabras zalameras. Tengo un par de recuerdos que debería depositar allí mediante regurgitación espiritual, donosa y fiera. Un par de cosas espesas que hablan de cómo caía tu melena sobre mi cara cuando estabas justo encima, cómo las puntas me hacían cosquillas en la nariz hasta que me reía como un idiota. Hablan de más cosas, por supuesto, esto es sólo un ejemplo.
Pare el taxi grita Paco Bello mientras los diablillos estúpidos de los sentimientos y los recuerdos dictan nuevas reglas y las aplican. Esta taza no es normal, como pajarillos hambrientos pía requiriendo comida. A mí se me ha olvidado el noble arte de regurgitar en su debido momento. Pobrecilla.