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factoría de cosas dolientes

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Cena con Rodrigo, grabamos un xp para su maltrecho ordenador, la actualización crítica, un disco de arranque del gran w98.

En el límite de la extenuación física y mental, en el estricto límite, me sirvo un ron y me preparo para escribir esto acompañado de un cigarro de golden virginia. Había pensado… guardar lo que quedó del ron el viernes, comprar un par de latas de coca-cola y meterlo en el fondo de la alacena para la próxima vez que vinieras. Sé cuánto te gusta el cacique cuando no hay maite (santa teresa). Pero luego he pensado que era un error, y le ofrecí ron a rodrigo. Bueno, no quiso, así que ahí quedó, quedará.

Estoy agotado. Lo sé porque empiezo a tener someras alucinaciones. Las distingo porque de repente empiezan a parecerte sumamente interesantes una gran colección de tonterías. Cómo cuelga la ropa del tendedero, por ejemplo, esa camiseta…

Y mañana me levanto a las siete, curro de mañana. Y luego a casa de goyete a acabar con su bicho. Y luego a revisar la segunda novela para el premio (se me acaba el plazo). Después tengo que preparar los exámenes, con suerte terminaré sobre las cuatro o las cinco de la mañana. Cuatro horas de sueño. Después en marcha, limpiar esto, prepararme mentalmente para seguir respirando inopinadamente, sin tener que pensar en ello. Después el trabajo, más novela, más exámenes. Después será jueves. Ya será jueves. Comenzará todo.

Empiezo a escuchar los tambores. Booom. Boooommm. Booom-boooom. Se preparan los torreones, los arietes. Golpéan las sienes los gritos de autoconfianza de los bersekers.

Ahora la botella molesta. Quiera o no quiera, se ha convertido en un recuerdo doliente. De algo que no será, supongo. De algo, en cualquier modo.

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