Por si acaso
encendamos una vela,
no apetezco de los rigores
de la luz eléctrica. Sí,
ahí está bien, vela
tu rostro de diario y
entresaca el otro,
el de los días de fiesta,
el de las noches ebrias,
el de los cristales rotos.
No, no puedo desnudarme,
no aún, aún demasiado de lo
no dicho quiere hablar
en mi boca
para trasmutarse después
en olvido.
Sí… ya sé,
pero así se conforman los
momentos, por
ellos mismos.
No pretendo continuarme,
hacer algo eterno de esto,
la vela se apaga. Tenemos
otra.
Pon
los vasos
sobre la mesa. Más
hielo. Sigamos hablando,
que esto aún parece una conversación.
Sí,
las palabras apestan,
pero poco más nos queda. No,
no intento entristecerte,
valga la luna un mundo,
aunque sea ahí arriba
(ahí atrás),
aunque sea tan lejos…
(tan imposible ahora…).
Los hechos son pura
nieve, hielo de otoño.
Ni eso. Sólo hielo,
icásticamente hielo.
Espolea la creencia. Lentos
han caído los años. Y
no se han ido solos. Lo
sabes, lo sabemos. Y
es igual.
Y es igual y enciende la
vela. Pon
-los vasos-
sobre la mesa. Echa hielo,
renueva el frío.
Como si no se perpetuase
a sí mismo.