En los talleres la torre, gente sin un pavo desmontando embragues.
En la cola para pagar, un tipo enjuto y con un mono, de unos 60 años, preguntando si le podían hacer un descuento porque esa bandeja de maletero no era para su coche.
Los padres de zentu invitándome a comer parrillada como si fuera lo más sencillo y lo más normal del mundo. Sonriéndome. Siguiéndome la conversación. Gente feliz.
El padre de zentu reventándome con la bici.
En el Juan Carlos I, un tipo gordo como un torreón con una nikon como la mía cuidando de sus hijos, asfixiado.
Mi hermana pequeña ensimismada con el infinito y yo deseando ser capaz de entrar en su cabeza.
Las grapas de la pierna de mi madre que me miran estrábicas.
El coche con retrovisor nuevo que parece de nuevo un bólido, sin razón aparente.
El dolor de culo de montar en bici de nuevo.
Zentu desmontando la puerta del coche, arreglando el problema y volviéndola a montar.
Todo el mundo haciendo fotos con mi cámara, y yo sin ganas de hacer fotos. Sentirme agradecido.
La vida es eso que pasa mientras no estás escribiendo en el blog. El tema es que a veces la vida transcurre a un ritmo que es imposible capturar después al escribir todo el lujo de detalles.
Cisneros que me cuenta cómo le va la vida.
Me tomo unas cervezas con Merayo, torturándonos con intereconomía.
Qué riqueza. Que cantidad de cosas.
Cómo fijar todo esto, cómo lacarlo, cómo cristalizarlo, cómo solidificarlo. Cómo hacer una fotografía de todo esto.
Ya sé. Con algunos flashes.