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cercos vacíos

bano.jpg

Al salir del curro la imagen era deprimente. Estábamos todos allí, como idiotas, esperando el bus del curro. No puedo decir que hubiera tenido un buen día. Al final llegó y nos montamos, y la verdad es que el autobús es una mierda, y jode meterse dentro, porque uno se siente exactamente una mierda, aunque no tenga nada que ver. No era día de saludar, y mucho menos de conversar, así que me enfrasqué en Cortázar, con las rodillas apoyadas en el asiento delantero y el libro así, sobre ellas. Se bajó todo el mundo en la primera parada y me quedé con la becaria. Pero no era un buen día para hablar, así que seguí con el libro, escondiendo al mundo de mí. Al bajarnos le dije que íbamos en la misma dirección, porque yo iba al opencor. Con una sonrisa me dijo «qué, ¿a por cervezas?». No, más tarde de las diez no hay cervezas. Ya las tengo en casa. Entré a por una mierda de pizza y durante el camino no hacía más que luchar contra mis propias intuiciones, que me decían que Lele me iba a hacer una visita sorpresa. De ahí la pizza, las cervezas que compré esta mañana. Al mismo tiempo sabía positivamente que sería lo último que haría ella. Antes se haría niña de papá (bueno, eso ya lo ha hecho, tendré que buscar otra cosa). Vine medio corriendo, como un gilipollas.

Al entrar algo olía a podrido. Mucho. Se me olvidó por un momento lo de que en mi imaginación Lele estaba en el salón con las luces apagadas. Me fui al cubo de la basura.

Lo que me temía.

Una ensalada del sábado y los pedazos llenos de moho (esa pelusilla verde-blanquecina, se llame como se llame) que quité al filete del domingo. A la calle con ello.

Después me di cuenta de lo solitaria que es esta casa cuando no está ella, aunque tenga dentro a veinte personas vomitando-follando-bebiendo-riendo-bailando un sábado por la noche.

Abrí un litro, perpetré el crimen de meter una pizza en un microondas. Medio litro de cerveza y un par de piezas para niños de bartok después estoy un pelín menos enamorado. O más reforzado, no lo sé. Saco la pizza, me la como. Cuando termino me doy un poco de asco. Así que, como estaba escrito, salgo.

Llevo mucho tiempo sin salir solo. No sé a lo que me enfrento. Al principio lo hice mucho, pero nunca me gustó llegar a límites drásticos, y dejé de hacerlo. Fui a un garito casi al azar, porque no quería volver al baibén (llevo sin ir desde el uno de enero) y la estación es un pastelón y la noche del yazz en el cool fue ayer. No os dejéis engañar por el yazz, es uno de los garitos más cutres que conozco. Y de los que más me gustan.

Entré al garito y le pedí un litro al camarero. «Me acuerdo de ti. Tío, no he visto a nadie beber tanta cerveza en mi vida». «Bueno», estoy inspirado, «pues hoy me vas a ver batir mi propio record. Hoy sólo traigo un litro dentro». El camarero está por ahí, en la bitácora, creo que le hice una foto. Recuerdo esa vez, vine con Koldo. Es bueno tener memoria cuando es necesario. Si jamás hubiera vuelto y el no me hubiera dicho eso, nunca me habría acordado de esto. Memoria adaptativa, supongo.

Me sirve el litro y le miro. Me cae bien. No quiero hacer lo de siempre, así que le doy el billete de veinte euros que llevo.

«No, tío, no me traigas la vuelta, sírveme hasta que se agote».

Me apoyo en la barra, no tengo prisa. Mañana no curro hasta las dos, y el único problema es que goyete me llame para que le instale el ordenador. Pero eso será mañana, y está muy lejos. La tímida cerveza aguada de garito no me dura ni diez minutos, así que le pido otro litro. Me lo sirve y acabo con medio de un sorbo. Veo al pibe acercarse a unos punkies sentados en una mesa. No me preocupa que me desplumen, porque le he dado todo lo que tengo hasta llegar a fin de mes. No hay nada que rascar. No hago caso. Acabo el otro medio. Llevo unos veinte minutos en este local y dos litros dentro, más el de casa. Pido otro pensando en dosificarme, a cuatro euros el litro me da cinco, con suerte. Voy a mear. Apunto sin dificultad al centro y acierto. Todavía no estoy mal.

Acabo el tercero al rato y pido el cuarto. Los punkies no dejan de mirarme. Yo pienso en Lele todo el tiempo y me siento mal, perdido, hundido, asqueroso, muerto, empiezo a hacer versos en servilletas, (aunque parezca mentira, me parecen buenos, ya caerán por aquí) Pido el quinto. Hace una hora que llegué y empiezo a pensar que me lo fundí todo, así que me voy a mear otra vez y me pongo el abrigo acabando el quinto cuando el camarero me trae otro litro.

«Tronko, me temo que ya terminé mi provisión de fondos».
«Deja que yo me ocupe de eso».

Por supuesto, a cada cual lo suyo. Sorbo el sexto despreocupadamente. No me importa demasiado. Se levanta un tipo de la mesa de los punkis y se me acerca. Lleva la cabeza rapada. Casi en el momento en el que me tiende la mano le reconozco, no recuerdo su nombre, pero le llamábamos fuman, de fumanchú. Hice tae-kwon-do con él. Estaba colgado. Nos hemos visto un par de veces desde que empecé a salir de verdad, después de lo de lore. Me invita a la mesa y me siento. Están hablando de politiqueces, por lo que me encuentro contento, dejo el litro de momento y me meto a fondo. No importa que doctrina practiques, si estás en contra del sistema siempre puedes exagerar algunos puntos para acercarte ideológicamente a quien sea, y más si un miércoles solo en un bar se convierte en un miércoles animado en un bar. Después empezó la ronda de canciones, kortatu, mcd, distorsión, la polla… mi memoria selectiva funciona, y de repente recuerdo letras que no recordaba recordar. Fumo compulsivamente, vuelvo al litro. Me sumerjo en él un ratito, el justo para recobrar la tranquilidad de espíritu. Fuman me pregunta por mi piba. Le digo que ya no. Me dice que lo siente. Le digo que no lo siente. Me dice que es verdad. Le digo que me alegro. Me dice que no merece la pena. Estoy de acuerdo con él. Me pregunta qué pasó. Me quedo en blanco porque no sé ni por dónde empezar, así que me acerco a la barra y pido otro litro, para probar suerte. Sé que me costó llegar. Que tuve algunos tropezones. En uno de ellos toqué teta, no del todo inconscientemente. La piba se rió. Me pareció divertido. Estaba con una amiga en la barra. Todo iba bien. Pedí el litro, me lo sirvieron. «Oye, tío», dije, «lo de las pelas…», «no pasa nada, no pasa nada». Pues por mí que no pase. Vuelvo a la mesa, por suerte fuman ya está en otra conversación y no incide de nuevo en la mierda.

Van siete litros. Según el camarero, antes de irme, se quedaron en once. With a little help from my friends, of course, o estaría muerto. Eché unas buenas risas. Cuando el garito cerró salimos fuera y agradecí volver a casa de una vez. Fuman me comento que no habían terminado. Claro, me apunté.

En ese punto no recuerdo muy bien dónde fuimos. Recuerdo un portal muy viejo, un piso cochambroso lleno de pintadas de la A de anarquía en la que vivían tres o cuatro de ellos. Más cerveza. Se cruzaron apuestas. Parece ser que el tema era tomar un litro cada uno y ver quién tomaba más. Yo para eso tengo mi técnica.

Se apoya el labio superior y el inferior en la boca de la botella, dejando una curvatura para que el aire entre por las comisuras de la boca. Nunca más de cuatro tragos antes de una respiración, porque así esta es breve y no parece que estés haciendo trampa. Repartieron los litros, me llevé el mío a la boca y empecé, con calma. El gran problema de estas tonterías es que todo el mundo quiere ir rápido y se pierde el ritmo. Al final uno tiene que dejarlo. Yo me tomé mi tiempo, tres tragos o cuatro, respiración, tres tragos o cuatro. Cuando todo el mundo paró, yo seguía, siempre he tomado mucho líquido, de cualquier clase. Agoté el litro entero y disfruté del dudoso honor de ser el ganador. Pero mi estómago reaccionó, sobredimensionado, y me fui corriendo al baño. Vomité cerveza en estado puro regado con trozos de bacon, queso, pasta y carbonara. Cuando volví me sentía mucho mejor, pero el pestazo a vómito en la boca me hizo reanudar rápido la cerveza. Pobre gente, deseé que no tuvieran mucha en la nevera. Es curioso, el baño estaba hecho una mierda, pero el gel era lactovit y el champú herbal essenses, el jabón del lavabo no era de pastilla, sino en gel, y había un ambientador de esos del demonio enchufado a la izquierda del espejo.

Y no sé si me explico. En medio de cada conversación, en medio de cada risa. En medio de una tía buenísima que estaba justo enfrente de mí. En medio de la música, bajita porque hasta esta gente tiene vecinos. En medio del desastre general, de la decoración de contenedor (abierto veinticuatro horas), de las pintadas, de las caras. En medio de todo ello estaba Lorelay. En un momento me sentí morir y tuve decir que me iba. Dije que estaba muy borracho y que quería irme a mi cama. Todo el mundo lo entendió. Podría haberme quedado y no hubiera estado nada mal.

Y salí a la calle. Estaba en la zona de la Estación, no muy lejos de mi colchón. Tomé aire y me llamé imbécil, gilipollas, desastre. No podía evitar tener a lele detrás de mis ojos todo el tiempo. Una noche estupenda, para ser miércoles. Pero…

Llegué a casa y me subí al palomar. Hay estúpidos, gente lista y sentimentales. Yo engroso las filas de los últimos, supongo. Espero no engrosar la de los primeros.

Me he levantado temprano. He vuelto a soñar con lele. Estábamos tomando unas cervezas, felices, cuando he vuelto a esto. No tenía resaca, demasiado entrenamiento, supongo. No sé qué hora es, pero goyete aún no ha llamado.

Seguimos haciendo el gilipollas. Yo, al menos por mi parte, lo hago. Y no me refiero a todo esto, sino a empañarlo todo.

Cervezas.

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