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vueltas, estética, cambio

Me ha despertado el sonido del teléfono, no podía ser de otro modo. Estuve pendulando de aquí para allá, ni siquiera el regalo que me hizo la tele, echando tenis, sirvió para nada. Normalmente el tenis me duerme como una piedra. Al mismo tiempo me gusta el tenis. No preguntas me hago. No sé cuándo me dormí, salí a dar una vuelta a las tantas y eso debió relajarme algo, o no, o simplemente reventé en el curso normal de los ciclos biológicos. El caso es que las calles conformaban la imagen de una ciudad fantasma y eso me gusta. Me gusta la sensación de estar solo, me molesta mucho la gente cuando son idiotas que no conozco y vociferan y hacen el estúpido el noventa por ciento del tiempo. Cuando les conozco a veces mi afecto por ellos mejora algo. Otras veces mejora mucho.

Me he metido en la ducha de pasada, para no llegar muy tarde, y he pasado por el estanco para comprar un bono de mierda y un paquete de golden virginia. Imbéciles en el estanco, en la calle, por todas partes. Después he ido a casa de Goyete y me ha servido un café que perfectamente podría ser considerado dopaje en cualquier competición deportiva. Me ha lanzado a la estratosfera, y no tomé la precaución de llevar el traje pertinente. He medio convencido a goyo para hacer una bitácora sobre cine cuando tenga el ordenador nuevo, y verdaderamente sería algo enorme, porque no conozco a nadie que sepa más de todo el cine y que al mismo tiempo sepa contarlo como una persona, y no como los engendros trasnochados y mecánicos de Garci (al que incluyo en la adjetivación anterior). A ver si es verdad.

Después me fui a casa. No tenía por qué, pero me apetecía pasar por allí. De camino compré unas cervezas. Me han devuelto «Cartero» y lo estoy releyendo. Una de las cuestiones que no olvido es que no voy a leer este libro sin una cerveza delante, me parece una felonía. Es una cuestión de estética, eso que tan bien entienden los putos yanquis, aunque ellos a un nivel elemental (cuando se visten para ir al béisbol o a la somanta de ostias del fútbol americano). Todo lo que hacemos está transido por procesos estéticos internos que son la parte significante del asunto. Eso es algo que L no pudo apreciar jamás. No es que no supiera disfrutar las cosas (ejem) sino que tampoco emplazaba muy bien el por qué de los gustos, lo que los relativizaba (al sacarlos del sí mismos, o incluso del uno mismo) aún más que saber exactamente (más o menos) de dónde venían. El caso es que sé por qué cuando coja el libro y la cerveza va a ser un momento grande que no pienso dejarme arrebatar por nadie.

Es fácil sentirse cerca de Hank, y no por las cervezas, sino más bien por el desencanto. No, definitivamente no quiero vuestros coches de mierda ni vuestras hipotecas de mierda, ni las lavadoras ni los domingos en el centro comercial. Prefiero tener mi curro, hacer lo que llamáis «ganarme la vida» y que me dejéis en paz, tengo muchas cosas que hacer, aunque os parezcan una mierda. Alguien lo dijo mejor:

‘ELIGE’
Elige la vida, elige un empleo, elige una carrera, elige una familia, elige un televisor grande que te cagas, elige lavadoras, coches, equipos de compact disc y abrelatas eléctricos.
Elige la sal, colesterol bajo y seguros dentales, elige pagar hipotecas a interés fijo, elige un piso piloto, elige a tus amigos.
Elige ropa deportiva y maletas a juego, elige pagar a plazos un traje de marca en una amplia gama de putos tejidos,
Elige el bricolaje y pregúntate quien coño eres los domingos por la mañana, elige sentarte en el sofá a ver tele-concursos que embotan la mente y aplastan el espíritu, mientras llenas tu boca de puta comida basura,
Elige pudrirte de viejo, cagándote y meándote encima, en un asilo miserable, siendo una carga para los niñatos egoístas y hechos polvo que has engendrado para reemplazarte, elige tu futuro, elige la vida. («Trainspotting»)

Me monto en el autobús para venir al curro. Escucho que alguien dice que no es medio millón de pesetas. El conductor no quiere cambiarle veinte euros. Lo normal. La piba reacciona y se pone a pedir cambio. Cuando estás un poco desde fuera, te das cuenta de dónde está el error. Lo hace como si estuviera pidiendo algo. La gente está insensibilizada contra eso, así que nadie responde (más que un tímido «yo no» por ahí perdido). No va a conseguir cambio y no se da cuenta de en qué está fallando. No me creo que en un autobús repleto nadie tenga cambio. No puede pedir nada, se está equivocando. No reaccionamos. Me hubiera gustado decírselo. Yo hubiera tenido si no hubiera sido porque he comprado las cervezas. Y se lo hubiera dado. Supongo. El autobús arranca y la veo caminar furiosa, entrar en un bar. Allí, en la puerta de cristal, la pierdo. Meto la cabeza en el relato de Cortázar. Lo dicho, no quiero saber nada de esto.

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