Y,
me pregunto,
¿quién coño quiere ser ecuánime?
Oh, seguro que es conveniente,
seguro que afecta menos,
seguro que uno se puede tirar
el resto de la vida como
un vegetal
emocional que da tumbos
serenos
por todas partes.
Seguro que es un método fiable,
tendría que preguntarle a los testigos,
pero que no te extrañe si esta noche
cojo mis agujeros,
reviento mis tímpanos,
enlazo dolor con disolución
y me hago nuevas derrotas,
nuevos pozos ciegos
y lloro como un cabrón
con mi cerveza
mientras aún te recuerdo,
porque eso no creo que vaya a durar para siempre.
Ahora es cuando hay que estar metido de lleno.
Llamarán a la puerta
-siempre alguien lo hace-
y me verán los ojos, los dientes,
el pecho hundido, mi pobre
buzón maloliente y
sobre la mesa
con aparente desorden
los poemas garabateados en folios sueltos,
el bolígrafo aún caliente,
el cristal ámbar de los litros,
las roscas desenroscadas de los tapones
y quizá
me digan
-bueno, te dejo, veo que no es buen momento-
pero posiblemente no.
Y entonces será cuando reviente,
ahí delante,
cuando rezume todo lo que me dinamita el ánimo
cuando salga a buscarte a la calle
o aquí dentro,
cuando grite y destroce el aire con palabras en silencio
porque ahora es cuando hay que estar metido de lleno.
Después será tarde.