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el domingo noche es basura

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Fin de semana ruinoso en cuanto a lecturas. Estoy esperando a la habitual tira cómica de la 2, ya sabéis, Dragó y Punset. Me fui a comer a casa de mis padres y allí estuve viendo Charada. Me extrañó que pudiera permanecer ahí, no por nada, no penséis mal, sino porque en los últimos cuatro meses siempre me pareció demasiado poco intenso. A lo mejor puedo empezar a hacer cosas normales, como sentarme sin presiones ni agobios a ver la tele una noche, o limpiar tranquilamente o preparar una buena comida sin sentir que estoy perdiendo el tiempo.

No es bueno preguntar por mi estado, por más que me cabree la típica depresión dominical se junta con las ganas de comer y a tocar fondillo. Se acaba de pirar Cisneros, hemos estado viendo una película que no estaba nada mal (no sé qué de enredos y…) y comentando sus jugadas del fin de semana. Las cosas siguen su curso. Dany está chinado por otra pareja que parece ser que hace aguas, aunque es pronto para decirlo. No se me da bien vivir con normalidad en estos tiempos.

Al final escribí en la bitácora lo que no quería. No puedo callarme nada. Supongo que era cuestión de tiempo. O de ser honesto. O yo qué sé, cojones. Tengo sueño, tengo tanto sueño… me cuesta dormir. Es otra forma de perder el tiempo y me sumerjo en un libro o en algún documental, según cómo esté el patio. Me concentro en ello y se va el sueño. Dos o tres horas al día no deben ser suficientes, mi cerebro se lía. Recuerdo un cómic que leí cuando era crío. Supongo que es típico, pero a mí en su momento me grilló. Un par de paquitos en un hidroavión se quedan sin combustible en medio del océano. Uno enferma y el otro describe todo el proceso en un librito. Muere el enfermo y el otro empieza a ver en sí mismo los síntomas de la misma enfermedad. Anota paso a paso su propia muerte, hasta la última línea.

Un hidroavión perdido en medio del océano. Un libro con una historia escrita. Alguna tormenta supongo que se llevó el hidroavión al fondo, y la tintá se mezcló con el agua y el papel hasta formar una masa irreconocible, recubierta de coral, supongo. En eso acabó la historia del paquito que escribió su propia muerte.

No me hagáis ni puto caso, por dios, pero a veces no puedo evitar ver así esto. Es algo un poco macabro reproducir los procesos que ocurren en mi cabeza. El piloto del hidroavión no tenía conexión a internet, y si la hubiera tenido habría pedido ayuda con el puto GPS y se hubiera dejado de tonterías.

NO me plantéo nada. No sé lo que es. No siempre me descarga poner las cosas aquí, a veces no hace más que potenciarlas. Pero otras veces no, otras veces, lo juro, las calma. Recrimino a Goyete que sólo con hacer click tendría una vida estupenda, porque es más fácil mirar la paja en el ajeno que el edificio de seiscientas setenta y tres plantas en el propio. Y porque jamás, jamás estamos en el lugar del otro, por mucho que nos esforcemos. NO entendemos las connotaciones propias de cada historia en cada agendita con tinta que se van escribiendo por ahí, físicamente o no.

Podría perfectamente llenarme de alegría este fin de semana increíble en el que he visto tanto que jamás había visto, podría llenarme el filetón que me dio mi madre y que ahora es coralinizado en mi estómago, o el seven up, o la película de hoy, o el gran cisneros, o la conversación (breve, pero inmensa) con mi hermana carol. Podría llenarme mi sofá con los chistes nada recurrentes de Dragó y Punset, y un té con bergamota mientras me tumbo a cuatrocientos grados gracias a la calefacción vecinal y gratuita. Podría llenarme el trabajo o la facultad. Soy terriblemente injusto con todo, lo sé, porque no es nada despreciable el transcurrir de los días, la forma, o el contenido que inserto. Pero discrepo, jon, contigo. El problema del amor no debe ser la necesidad de ser amado. Porque de eso no carezco. Debe ser otra cosa, tío, debe serlo. Porque tengo todo lo que deseo, y no es suficiente. Aunque me intente herir no estoy en el lugar donde las cosas no suceden, sino más bien en el que no dejan de suceder en ningún momento. Y aún así…

El trepidar hipnótico del comentarista deportivo suena en el televisor, allí, en el salón. Estoy esperando a lo que ya dije, el carrusel del humor de la 2. Puse la fotografía para torturarme y mancillarme, porque San Miguel, pese a ser un tocallo, como cerveza es una mierda. La hice por lo mismo. Muchas cosas se quedaron en el tintero, pero no tuve tiempo este fin de semana, no hubo tiempo material para ver a muchos (Solano, Mary, Vic, Leti, Ortondo, Goyo, Jorge…), no lo hubo porque no da de sí el día. No hubo tiempo para leer. Es el bloqueo del apollardado. Apolillado quizá. El amor, pese a quien pese, cuando lo es es una renuncia a uno mismo. Menuda mierda. Porque así a los egocéntricos no nos vale una mierda.

Doce y cuarto de la noche. Está al caer el último brillito de vida del finde, me cabrearé, me cagaré en los presentadores, me reiré como un loco con las tonterías. Y luego espero dormir como un bendito, ni siquiera voy a planear ir a la facultad. Si estoy dormido aún para entonces, no iré. Pero lo normal es que el día comience a las cinco de la mañana, con una ducha de agua hirviendo, un café, un cigarrín y cualquier desvarío que pretenda conocer antes de ir a la facultad, llenita de autobuses para llegar y volver donde leer, después echar el filete a la sartén, ver las noticias de alguna parte como si me interesaran (hay que saber). Ir al curro. Volver. Encender la tele con el libro de turno. Intentar dormir. O salir, salir forever. Conocer gente donde la gente anda. Perseguir la ilusión rota. Recomponer el aliento. Descerrajar los goznes de la resistencia. O, si todo va bien, simplemente encender la tele y dormir hasta el infinito y más allá, en una huida sin sueños, si es posible, en una noche sin sobresaltos ni intervalos conscientes ni olores ni perfumes ni entradas ni salidas.

Se me ha ocurrido que quiero escribir un relato de una cultura futura en la que el castellano se haya convertido en una lengua muerta, y se hagan frases hechas de expresiones como «enciende el televisor» y todas tengan un significado estúpido y desenfocado. Un clero estamental o algo así controlando el mundo con todas esas expresiones y catálogos de grandes superficies como escrituras sagradas. «Sofá hagmendogmentofen 99,95» podría ser algo así como el amén romano. Pero eso no se puede escribir en castellano, claro.

Creo que voy a escribir el relato de un reencuentro. El que a mí me gustaría, claro, con inevitabilidad dramática y dolor y amor y fuerza. ¿Quién dejó a quién? Hmmm… y ¿por qué? ¿Qué se dirán? Llorarán, seguro, y se abrazarán hasta el amanecer abrazados en un ritmo lento, cadencioso, melancólico. Se levantarán por la mañana y habrán salido de la pupa, dejarán de ser crisálida. No como en «donde las cosas no suceden», en ese relato habían pasado más de veinte años cuando esa noche llegó. Y, aunque sé que es cruel y equivocado, en ese relato ya era demasiado tarde. Demasiadas cosas en las yagas y costuras de la cabeza como para recuperar la vitalidad, la sana alegría. Sigue el maldito fútbol, como si con eso se les llenaran las almas (thanks, padre Jaime, el primer cura ateo), pero se acaba el cigarro y esto es muy largo. No encuentro una forma de despedirme, de dejar de escribir. Pero es bueno hacerlo, prefiero escribir un relato.

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